Una lechuza en Santa Flora
Ricardo Martín

Animado por la idea de hacer fotografías a, y desde Santa Flora, en un mediodia espléndido de comienzos del año, subí hasta la ermita. Llevaba la llave que muy amablemente me había prestado mosén Alfonso para, con muchas precauciones, entrar en el templo y fotografiar el interior y los altares. Sobrecogía la soledad del lugar y las paredes y techumbre agrietadas. El bullicio y el fervor de las romerías ya no se oía, sin embargo, parecía flotar en el ambiente. El polvo en los rayos de luz materializaba una sensación de extraño recogimiento.

Me sorprendió en un instante el aleteo casi imperceptible de un ave, que intuí podía ser una paloma. Ya había observado varios excrementos en el suelo, y no presté atención. Pegado a las columnas y andando bajo las estructuras mas resistentes, fui tomando instantáneas con ánimo de reunir material sobre la ermita y la Santa. Por un momento, alcé la vista para fotografiar las pinturas del techo y, cual no sería mi sorpresa al ver un gran pájaro blanco volando elegantemente con sus alas completamente desplegadas. Era una hermosa lechuza que había encontrado allí cobijo. Fue como un presagio. Un signo de Santa Flora flotando majestuoso en la altura. Con la limpia blancura de su virginidad.

La lechuza («Tyto Alba») es una rapaz nocturna que rara vez se ve a la luz del día. Cuando lo hace, suele ser porque el alimento escasea. Por su sagacidad y su vista y oído prodigiosos para cazar de noche, los griegos la tenían por símbolo de la sabiduría. Atenas la puso en su escudo y su moneda. Podemos aun verla dibujada en algunos de los euros que circulan. Otros pueblos antiguos le han dado un significado mas oscuro, ligado a los temores de la noche. Como limpia los cultivos de ratones y alimañas, contribuye al equilibrio de la naturaleza y a proteger las cosechas. La luz le deslumbra, y lo puede comprobar al contemplarla volar entre las bóvedas. La vi golpearse dos o tres veces desorientada por el contraluz de una ventana del coro protegida por una tela metálica. A lo lejos, con la luz del flash, posada en uno de los ornatos del altar, sus ojos aparecen como focos luminosos en la oscuridad de la foto que a duras penas conseguí sacarle.

La anécdota, la consideré un buen augurio. El templo se degrada, su estructura podría derrumbarse y no puede dedicarse a la misión para la que fue hecho: dar culto en su interior a nuestra entrañable Santa Patrona y protectora. Quizá la lechuza nos anuncie que la ermita tendrá larga vida y la seguiremos viendo allá arriba, en lo alto de su colina, muchos años. Ella ha elegido en ese sagrado lugar su refugio, y posiblemente tendrá en alguno de los agujeros sus polluelos.