El retrovisor

José Manuel Pastor Arrufat

Con este título abrimos un nuevo espacio de EL MASINO, cuyo objetivo consiste en narrar la vida y vivencias de las gentes que, de forma directa o indirecta, están vinculadas a nuestro pueblo.

Dª Pilar Zapater Pastor

Nacida en Mas de las Matas, doce años en nuestra localidad fueron suficientes para llevarlo en su corazón toda la vida. Esta es su historia y la de su familia:

“Yo nací en Mas de las Matas en el año 1935. Mi descendencia del Mas ya venía de mi abuelo paterno, aunque el que yo naciera también aquí fue circunstancial, como más adelante explicaré. Él nació en la masía “El Juaco”, y mi abuela, aunque nació en Herbés, también pasó su vida aquí. De hecho, mi abuela tiene una anécdota curiosa: cuando llegó a la mayoría de edad, 20-21 años en aquel entonces, viajó a Herbés para conocer a su familia. Al bajar del coche, a la primera persona que vió, le preguntó donde vivía su familia, con tal sorpresa que la persona preguntada resultó ser su hermana.

Mis padres se casaron en Barcelona. Deseaban abrirse camino en la ciudad, y regentaban una tienda. Pero los años de la República no estaban siendo muy buenos que digamos. Vivir y comer se hacía cada vez más difícil, y optaron por volver al pueblo con sus padres. Así podrían vivir con normalidad. Los primeros años en el pueblo fueron difíciles. Mi padre ayudaba al suyo en el campo. Más adelante le ofrecerían ser el electricista del pueblo. Y cuando se inauguró la central eléctrica fue uno de sus trabajadores. Su turno era de seis de la mañana a dos de la tarde, y tras comer se iba a trabajar al campo. En ese intervalo de tiempo nací yo.

El recuerdo que tengo más lejano es la primera vez que hicimos con las amigas la merienda de Pascua. Compramos un conejo por diez pesetas, que no se si valía eso o nos cogieron ese dinero porque era nuestra única recaudación. Con el conejo y lo que cada una buenamente pudimos traer de casa, nos fuimos a la vega a celebrar nuestra primera merienda solas.

Recuerdo también la primera vez que tuve que ir al ayuntamiento a “hacer un papel”. Allí vi la primera máquina de escribir y me enamoró. Cuando vi a la secretaria, Pilar Santafé creo que se llamaba, “aporreando esa cosa” y que en el papel aparecían letras perfectamente ordenadas, letras que cuando escribía yo ponía una en Pamplona y otra en Jaén, me volví loca. Tanto es así, que cuando me fui a Barcelona y mis padres me inscribieron en un colegio, les dije: -Si no tienen máquina de escribir, no quiero ir a ese colegio. Afortunadamente tenían.

Recuerdo del Mas su espléndida huerta, sin un trozo de tierra sin cultivar. Sus árboles frutales y la cantidad de viña que había. La época de la vendimia, el acarreo y pisado de las uvas, todos haciéndose su propio vino, un vino excelente por cierto. Toda esa cantidad de frutales y tierra cultivada embellecía el entorno del pueblo. La última visita que hice, no quiero decir que me decepcionara, pero sí me entristeció un poco.

En 1948 mis padres volvieron a Barcelona, y yo me abría a un mundo totalmente nuevo para mí. Recuerdo como me impactó mi primer encuentro con el ascensor, “aquel cuarto que se movía”. Y los hierros retorcidos de los balcones de La Pedrera: - ¿Pero cómo pueden poner esos hierros retorcidos ahí?.

En el colegio aprendí en “cuatro días” a escribir a máquina. Mi vida laboral comenzó, como no, de secretaria.

Comencé con diecisiete años, una máquina de escribir y un teléfono al lado, aparato nuevo para mí. Yo a ese aparato le tenía pánico. Cuando sonaba el corazón se me ponía en la garganta y claro, todos los compañeros pendientes de lo que yo fuera a decir. Toda una expectación. Aún recuerdo como recogí mi primer recado. La conversación fue ésta. Antes explicaré la situación: Era la primera vez que una mujer cogía un recado en esa oficina. Siempre lo habían hecho los hombres. Yo estaba acalorada ante la expectación creada:

- ¿Diga?

- Vaya, una chica nueva. ¡Qué voz tan bonita tienes! ¿Cómo te llamas?

- ¡Y a usted que le importa!- Colgué y me fui llorando al baño.

- ¡Seré estúpida! Pero ¿qué he hecho?

Cuesta mucho introducirte en un “círculo catalán”, pero cuando haces un amigo catalán, haces un amigo verdadero. A la larga, te compensa con creces el esfuerzo por introducirte.

Al principio, el no hablar catalán y tener que contestar el teléfono, sencillamente “chocaba” un poco y tuve algún “problemilla”. Aprendí a hablar correctamente el catalán y ahora me siento muy identificada con Cataluña.

En aquella época no se exigía tanto saber catalán. Entonces lo que se exigía era el Servicio Social. Sin él no podías conseguir un pasaporte para el extranjero, ni entrar a trabajar en instituciones públicas. Consistía en un certificado que obtenías mediante un curso que te exigía la Falange: clases de costura, cocina, canciones regionales, política (no general, claro, sino encauzada a Primo de Rivera.

Viví la época de los tranvías, su desaparición y ahora su regreso.

Y bueno, la etapa Olímpica. Por aquel entonces, ya casada con otro aragonés y turolense, de Rubielos de Mora, llevaba una tienda de venta de material para Bellas Artes. Al estar en ella, vivimos más el ambiente y expectación generada en la calle. Fue un gran paso para Barcelona: se abrió al mar, las instalaciones creadas, la mejora de las playas, las infraestructuras en general. Yo vivo en la Vía Olímpica y es un espectáculo pasear por ella. Sin las Olimpiadas, Barcelona no hubiera avanzado tanto.

Cada ciudad tiene su momento y debe aprovecharlo. Ojalá esta Expo haya impulsado a Zaragoza en su crecimiento y mejora, me encantaría que tomase modelo de Barcelona.

Trabajar en la tienda y tratar con pintores despertó en mí una nueva necesidad: pintar. He de reconocer que cuando estás delante de un lienzo en blanco es difícil empezar e incluso a veces teniéndolo a mitad no sabes continuar. Ahí estaban los profesores para guiarte. Cuando lo acabas, lo miras tranquilamente y dices:

- ¿Y esto lo he hecho yo? ¡Si es maravilloso!

Como he dicho, mi marido es de Rubielos de Mora, me encanta. Me he instalado en él ahora en mi retiro, y participo en todos los actos sociales y culturales del pueblo que puedo. Culturalmente, tenemos la suerte de contar con un artista local, José Gonzalvo, que nos ha “educado” a todos. Nos ha enseñado a restaurar, a conservar el patrimonio que tenemos y se puede ver el resultado: magnífico. Invito a todos los masinos a visitarlo, siempre seréis bien recibidos en mi casa, os invito a las fiestas, a conocer el pueblo, sus gentes y tradiciones:

- Eso si. No vengáis todos a la vez.

Los abuelos maternos eran de Rubielos. Mi abuela vivió siempre allí. Falleció relativamente joven. Mi abuelo era un aventurero. Con diecisiete años, cansado de la vida del pueblo, cogió el primer tren que pasó y se fue a Barcelona. Allí tenía un amigo que trabajaba en un importante café de la Plaza Cataluña. Entró de fregaplatos, luego pasó a camarero… pero como era una persona muy inquieta, se puso de tranviario y luego de descargador de puerto con la única idea de “largarse” en un barco. Y así lo hizo. Se fue de polizón a Sudamérica y aquí dejó a su mujer y a sus hijas, que no le volvieron a ver hasta que cumplieron trece años. Viajó a Brasil, Colombia, Manaos,…

Él en Sudamérica se dedicó a hacer vino, ¡pero sin uvas!. Lo elaboraba con mango y otras frutas, de aquí se llevaba pasas de uva, y mediante un proceso químico elaboraba vino. Así nacieron “Bodegas andaluzas”, empresa vinícola que todavía a día de hoy genera grandes dividendos.

Su alma inquieta lo llevó a instalarse de nuevo en Barcelona. Fundó con un primo suyo una fábrica somiers, y abrió una taberna, pero todo aquello se le hacía pequeño. Hasta entonces había vuelto cada cinco-seis años por Rubielos, pero tras esta última marcha no volvería en más de veinte años. Nadie sabía nada de él. De hecho, cuando volvió tras esos veinte años, yo ya tenía diez. Fui con mi madre a recibirlo a la estación, lo iba a ver por primera vez. Recuerdo que le dije a mi madre: - Pero, ¿lo vas a reconocer? ¡Mira que si es otro!. Se volvió a ir, claro. Nos visitaba cada tres años. Durante este tiempo le diagnosticaron un cáncer y en su último viaje de vuelta a Sudamérica, enfermó en el barco. Ingresó de urgencias tras bajar del barco, pero falleció. Murió en Colombia en 1952.

Ahora me he aficionado a la escritura y a la Informática. Desde Rubielos os mando este pequeño recuerdo de la memoria para vosotros, masinos míos.