Lluvia en el Valle del Guadalope, Mas de las Matas
Edurne Guevara Zapata

Las lluvias de primavera revitalizan el rincón enigmático del valle del Guadalope.

El Guadalope es un río especial que derrama aguas, como lágrimas persistentes.

Desde que me instalé, a mediados de Octubre del año pasado en Mas de las Matas, la lluvia se resistía a formar parte del día a día…me daba la impresión que estaba viviendo en un microclima muy particular y aún lo creo porque este valle tiene algo de mágico. Aquello más llamativo es el río y su entorno….me atrevería a decir que la vida del Mas es parte del latido del Guadalope que dispersa uno de los frutos naturales más valiosos, el agua.

El invierno pasó sin lluvias y los agricultores miraban a un cielo que se resistía a nublarse para descargar en unas tierras sedientas con un río triste, un pantano de Santolea escaso y un entorno áspero, gris… con los campos levantando polvo; polvo de todos los colores. Aquella tierra necesitaba lluvia, quizás para jugar con el barro.

Y las precipitaciones llegaron una vez abierta, de par en par, la primavera que siempre guarda, en su particular zurrón, algunas sorpresas dispersas. Una lluvia que cayó acompasada como si, desde las nubes, se le hubiesen dispensado unas instrucciones… alimentar al campo, a los sotobosques, a los bosques, sotos, matorrales, cultivos diversos…. para devolverles la vida que les estaba arrebatando la sequía, pero para ello era importante que la lluvia cayese tan acompasada como una sinfonía. Se cumplieron los deseos y los campos se saciaron de un agua que se derramó con sosiego colmando los deseos de todos…o casi todos.

Dicen que después de la tormenta viene la calma… Se cumplió, en este valle, en el que los duendes se pasean como invisibles, regalándonos los mejores fotogramas de un rincón que colapsa los sentidos después de estas lluvias.

El río baja con fuerza, como desbocado…su latido se oye relajando los sentidos de un ánimo cansado de días de sol, viento, frío seco…polvos que se levantan en los caminos surcados por gentes que se adentran en el corazón del valle. El Guadalope transita sosegado, cuando la cuenca es amplia y se precipita, cuando se estrecha como una garganta inflamada. Da gusto pasear por su ribera… acercarse y tocar con los dedos una agua fría, pero espabilada.

Retratos de visitas entre los paseos del río.

El río puede que sea la expresión horizontal del valor de la lluvia, aquello que vemos correr por precipitarse desde lo más alto…

La lluvia sobre las hojas

El chubasquero me impedía empaparme bajo la lluvia. Me senté escondida para que los vecinos no pensasen que estaba un poco tarada…cerré los ojos y oí el sonido, indescriptible, de las gotas de lluvia sobre las primerizas hojas de primavera….pronto me llegó el olor, penetrante y delatador de la tierra empapada….Abrí los ojos, la lluvia parecía limpiar el aire, los árboles… sus hojas se alegraban de la situación por eso ofrecían un concierto, sosegado, de percusión. Estaba sola, en un determinado día de calendario, en un rincón especial… sintiéndome privilegiada por una tarde entre la lluvia y la tierra del valle.

El señor desconocido.

Estaba sentado sobre una piedra; apoyado en su bastón: las manos presas, agarraban con fuerza el bastón de madera de cerezo, clavándolo en el suelo… apoyando todo su peso y deslizando una postura, que le permitía contemplar el paso rápido y alegre de las aguas del Guadalope. Su mirada, aún así, parecía perdida…. Buscaba respuestas en el río, en sus aguas abundantes…pero su semblante no cambió. Se levantó apoyándose, con confianza, dio unos pasos vacilantes... Estaba claro, su anatomía, cada día se encontraba más agarrada a los movimientos. Se plantó al borde de la ribera…las aguas que rebotaban le salpicaron los pies. Con la cabeza negó mirando al río y dio la vuelta subiendo por la ribera hasta llegar al camino, senda que levantaba poco polvo. Cuando pasó por mi lado le saludé y él no respondió…. quizás no pudo porque el nudo de las lágrimas se lo impidió, lágrimas que dibujaban ríos en la cara arrugada y quemada por años de sol y trabajo….quizás esperaba la lluvia y la lluvia llegó.

La curiosidad prematura.

Sus padres estaban sentados ante la pasarela de La Palanca y el niño, de unos cinco años, jugaba a su alrededor. Pidió de ir al río, pero el río bajaba precipitado, caudaloso…..hasta peligroso, así que le restringieron el área de aventura fluvial. El zagal se sentó viendo los juegos del agua, saliendo por aquellos ojos redondos y largos que sus padres llamaban tubos. Mikel se sentó primero cruzando sus delgadas piernas, después las recogió, abrazándolas con sus brazos. Su cara dibujaba una sonrisa y sus ojos, miraban enternecidos aquella corriente de agua sucesiva y fresca. Mikel no tiró ninguna piedra, pero le pidió a su padre para cambiar de posición varias veces para ver otras partes de un mismo juguete. De vuelta a casa lo tuvieron que estirar de la orilla porque seguía embelesado… el agua y las hojas de la chopera que eran como pequeñas barcas desbocadas e indecisas.

De retorno al pueblo, cogido de la mano de su madre, se paró y arrancó a correr con una fuerza que impidió a su madre apretarle más la mano. Se frenó frente a la orilla en un tramo pausado, casi inmóvil, se agachó y recogió una botella de plástico.

La tiró a su paso por una papelera y pidió de bajar al día siguiente.

Entre caminos, sendas…

Cuando se reúnen voluntades, fuerzas, carencias de obligaciones inmediatas….allá por el atardecer los pies se aceleran y me llevan, normalmente, por la zona del valle del Guadalope, aquí en Mas de las Matas. Ahora en primavera el verde te envuelve con una calidez que te hace sentir como un integrante del sotobosque de la ribera del Mas. Mis pies me llevan a pasar por las pasarelas; por la del Martinete, si quieres hacerlo, tienes que mojarte los pies…el río todavía baja fuerte. Mi ritmo se ve distorsionado por la música de la naturaleza, una tribu variopinta de pájaros que eternizan su minimalista sinfonía…los caminos todavía descansan inundados por contados charcos de lluvia…de todas formas éstos se encuentran bajo las huellas de unos cuantos días de lluvia lentas, sosegadas, deseadas y, al final, un tanto pesadas y un mucho aburridas.

Continúo corriendo por caminos y alguna senda que me incentiva los ánimos que se aferran a la idea de que, la libertad, existe y resiste, como el propio Teruel.

Un perro especial

Llevamos al perro a pasear por la ribera del río. Era un perro foráneo que nunca había visto un río con agua. En su tierra sus ríos son de piedras, grava y algunos arbustos o matorrales, sólo llevan agua cuando las tormentas convergen y alejan la placidez del lugar… entonces, el perro, que va a contemplar el espectáculo atado a su cadena…baja la poca cola que tiene y esconde su mirada tras las orejas, francamente experimenta el miedo…puede que hasta llore para enternecer el alma de quien admira todo un espectáculo de la naturaleza. Aquel ruido ensordecedor tiene al perro tiritando.

Así llegó el perro Chè a La Palanca, temiéndose lo peor y atado para que no escapase en un ataque de terror ante lo desconocido. Paseando hacia el puente de la Masía de Juaco, Chè, no andaba muy seguro, sus pasos eran vacilantes y había desconfianza, todos los ruidos le ponían en guardia. Llegamos a la pasarela y abrió los ojos como platos, lo miraba todo con una atención desbordada. Se sentó y su pecho se movía, estaba excitado, emocionado como perdido entre sus dudas, pero no vaciló en estirarse y en cerrar los ojos mientras los demás hablábamos y contemplábamos las carreras multitudinarias de millones y millones de gotas de agua…nacidas en un lugar en donde las piedras respiran prematuramente húmedas gotas que serán ríos.

Volvimos por la ribera, pisando las huellas que nos llevaron y encontramos una zona en donde mojarnos las manos, lo hicimos; mientras tanto el perro bebía toda su sed, saciándose del Guadalope. Lo miramos y estaba contento… intentó adentrarse en aquel tramo fluvial amansado, se lo impedimos, nos miró desilusionado; pero como los perros no son rencorosos, pronto volvería a saltar ante nuestros pasos. Quizás nos daba las gracias por el paseo masino, quizás simplemente nos quería tranquilizar de su edad que nos hacía vacilar en sus días extraños, pero una buena dosis de agua: aclara el temple animal.