Un masino en la evangelización y civilización de América en el siglo XVIII

Ricardo Martín Mir

El XVIII fue para Mas de las Matas su siglo de oro. Es el siglo de Benito Feliú de San Pedro, el escolapio masino ilustrado que participó en la traducción de la Biblia del padre Scio y escribió el “Arte del Romance Castellano”, junto a otras obras de gran influencia en su época. Pero sobre todo es el siglo de la edificación de la Iglesia Parroquial. ¿Qué fuerza tan poderosa empujo a aquellos masinos a realizar una obra tan majestuosa, que aun hoy nos asombra, con unos medios tan limitados?. Es difícil explicarlo con razonamientos puramente demográficos, económicos o políticos y hay que echar mano del espíritu y la fe que movieron a aquellos antepasados nuestros a emprender tan magna empresa. El padre Feliú se nutrió en sus primeros años de ese aliento que le acompañó toda su vida. Pero, aun siendo mas humildes, otros masinos emprendieron en aquellos días una gesta mas grande cual fue la evangelización de América. Un ejemplo documentado lo tenemos en Fray Salvador de Mas de las Matas, que puso su grano de arena en la obra evangelizadora de Venezuela.

El libro “Misión de los Capuchinos en Cumaná” del Padre Buenaventura de Carrocera, publicado por la Biblioteca de la Academia Nacional de la Hª en Caracas el año 1968, nos narra la misión en esa región venezolana. En ella intervinieron los capuchinos de la provincia de Aragón. El autor, para escribir su obra, bebió de las fuentes documentales del Archivo General de Indias y en él, consulto las cartas, escritos y otros documentos del padre Manuel de la Mata, quien fue a Cumaná de misionero y llegó a Prefecto de los Capuchinos. Me inclino a pensar, aunque no he podido confirmarlo, que el padre Manuel fue de la familia masina de los Mata o Lamata. Falleció en Venezuela en abril de 1774. Los capuchinos, al hacerse frailes, elegían un nuevo nombre o añadían al de pila el de su pueblo natal. Numerosos ejemplos encontramos en el libro mencionado: el P. José de Seno, el P. Gabriel de Belmonte, el P. Ramón de Calanda, el P. Joaquín de Aguaviva, el P. Francisco de Foz Calanda, el P. Antonio de la Mata y otros muchos de localidades próximas al Mas, que también embarcaron hacia aquellas tierras.

Fray Salvador de Mas de las Matas, predicador apostólico, y otros 12 capuchinos destinados a Cumaná, partieron en barco hacia América, llegando el 18 de Enero de 1754, como consecuencia de una determinación del Rey y del Consejo de Indias. Habían decidido enviar mas capuchinos en vista de la devolución de las doctrinas o parroquias abandonadas que por la escasez de misioneros no podían atenderse y a petición del Padre Manuel de la Mata que era Prefecto. A su llegada a Venezuela se le encargó la presidencia de la misión 8ª del Patrocinio de San José en el valle de Irapa y costa de Paria, de 48 familias y 280 almas. En ella estuvo hasta Mayo de 1756. Luego, se hizo cargo desde 1759 hasta 1767 de la misión 4ª, que era San Miguel Arcángel de Guanaguana, de unas 64 familias. Era un sitio templado y agradable a 8 leguas de la ciudad de Cumanacoa, a 12 del primer pueblo de españoles, San Baltasar de los Arias, y a 20 de los puertos de mar Tunantar y Cotúa, con tierras abundantes y fértiles donde se cultivaban el maíz, cacao y frutales (platanos, chacos, mapueyes, ...), pues estaba bañado por 5 ríos Guanaguana, Guatatar, Aragua, Atacuacuar y Pamatacuar. También abundaban los pastos para el ganado. La había fundado el padre Paciano de San Martín en 1731. Allí Fray Salvador de Mas de las Matas renovó las casas de los indios y reparó la iglesia, poniendo algunas alhajas en ella. Por hallarse corto de salud y con 15 años de ejercicio apostólico, se retiró a España. Mas adelante, se ocuparía de esta parroquia otro capuchino: el P. Fr. Antonio de Calanda. En la visita del Gobernador Diguja el 27 de Marzo de 1761 a la misión del Padre Salvador, indica que habia cabildo y oficiales de guerra, que al menos entendían el castellano, el resto eran indios de la nación chaima. La matrícula era de 49 hombres de armas, 64 familias, alrededor de 200 almas y 64 casas. En el inventario de la iglesia, constaba que esta era de bajareque (palos entretejidos con cañas y barro), pero muy decente y aseada, de 30 varas de largo y 12 de ancho. En el altar mayor, había un cuadro de San Miguel, titular de la iglesia, y a los lados otros de Jesucristo y de la Virgen. Tenía también su campana. Los ornamentos y vasos sagrados, eran algo pobres y escasos.

En el año 1766, hubo un gran terremoto en la región oriental de Venezuela, que tuvo graves consecuencias en las misiones capuchinas. Además, otros sucesos, como la incursión de bergantines ingleses, hicieron también profunda mella en aquellos pueblos de misión. Con objeto de hacerlos prosperar, se necesitaron mas personas para sustituir a las que habían fallecido o estaban enfermas y el Consejo, accedió a nuevos envíos. Se hizo una expedición en dos partidas. En la segunda, el 5 de abril de 1771, desde el puerto de San Sebastián, junto con otros seis capuchinos, se embarcó el padre Salvador de Mas de las Matas de nuevo. Nada se dice en el libro de cuales fueron sus nuevas ocupaciones en Venezuela, ni de la fecha de su muerte, aunque es de suponer que se produjera en aquella región venezolana.

Trato de imaginar la vida del misionero en aquel continente y en aquella época. Las grandes penalidades y sacrificios que tenia que afrontar, desde el largo viaje en barco hasta las enfermedades desconocidas o el aprendizaje de lenguas extrañas. Enfrentándose, como nos narra el padre Buenaventura, tanto a los indios que en muchas ocasiones abandonaban las misiones y volvían a las montañas y su vida salvaje, como a los propios soldados españoles, o a corregidores que hacían trabajar a los indios por muy poco jornal en condiciones casi de esclavitud, o a los desaprensivos que iban en busca de riquezas y que los consideraban como un objeto de explotación. En las ordenanzas dictadas para el buen gobierno, se refleja una gran inquietud por cristianizar y enseñar a los nativos. Debían ir a misa; a la doctrina; que tuviesen todos su casa; escuelas de leer y escribir en lengua castellana; que se hiciese labor de comunidad, haciendo labranza de maíz, yuca, algodón, etc. siendo los indios obligados a trabajar, con su tiempo de descanso y su jornal conveniente. Los misioneros debían apartar a los indios de los vicios de la embriaguez, a la que eran propensos, y la deshonestidad, procurando que todos fuesen vestidos y que no entraran en la iglesia sin decoro. Como los tratantes iban por los pueblos a vender sus cosas a los indios y los engañaban, se dictan normas para que no estuvieran allí mas de dos o tres días, y que no se alojaran en las viviendas de los nativos. Tampoco podían vivir en los poblados personas vagabundas ni de mal ejemplo.

La obra del padre Buenaventura, es de una gran riqueza de datos y descripciones de la vida en América en los siglos XVII, XVIII y XIX y un canto a la labor de los misioneros que, “estaban entregados en todo al bienestar material de los indios en las misiones y a buscar su bien espiritual, cuando no dedicaban días, semanas y aun meses andando por los montes y valles en busca de más indios con que aumentar la reducción o población”.