ANDRÉS MATA S.A. Una historia de familia... como tantas otras
Andrés Mata Capablo

La reciente lectura de la novela de Gabriel García Márquez “Vivir para contarla”, en la que relata de forma magistral buena parte de sus vivencias durante su niñez y juventud, ha motivado en mi el deseo, no de imitarle, que eso sería pretencioso por mi parte, sino de simplemente poner en orden mis propios recuerdos para que, al menos mis hijos y nietos tengan ocasión de conocer una parte de la vida de su abuelo que, de alguna manera, también es la suya.

El tema elegido en esta ocasión me brinda la circunstancia de contestar a las personas que en muchas ocasiones me han preguntado cual es la razón para que en la fachada de un antiguo edificio, situado a la salida del pueblo, en la carretera hacia Castellote aparezca el nombre de mi padre Andrés Mata, que también es el mío y el de mi hijo, y cual es la razón que lo justifique.

Para aclararlo tengo que referirme a los hechos y circunstancias que concurrieron antes de que yo naciera.

Mis abuelos paternos, José Mata y Rafaela Mir, fueron prolíficos padres de siete hijos, cosa bastante habitual en aquella época, y de un montón de nietos entre los cuales me encuentro yo.

Curso de Óptica en la Escuela Industrial

Apenas tuve ocasión de conocer a mis abuelos, que murieron allá por los años treinta. La figura de mi abuelo José, alto, enjuto de carnes, vestido de autentico baturro bajando por la calle de la Costera quedó grabada en mi memoria para siempre. Aparte de dedicarse a la agricultura, sé que también una de sus aficiones fue la cría del gusano de seda, y aún tuve ocasión de ver, muchos años más tarde, en el porche de la que fue su casa, ahora propiedad de mi buen amigo Emilio Portolés, algunos de los utensilios que utilizaba para el desarrollo de esta afición o complemento laboral. Como también, pasado algún tiempo, supe que mi abuelo había sido juez de paz y eso, para mí, fue una muestra más que justifica el afecto y respeto que sentía, y aún siento, por él.

Sus hijos: Ángel, Ramón, Rafael, Andrés, Miguel, Josefa y Carmen tomaron distintos derroteros en su vida en busca, supongo, de mejores horizontes de futuro. Ángel, Josefa y Carmen siguieron al lado de sus padres. Ramón emigró a Cuba en busca de fortuna. Rafael, Andrés y Miguel eligieron Cataluña, como lo hicieron en aquellos tiempos cientos, miles de aragoneses. Ramón, Rafael y Miguel no tuvieron un final feliz, especialmente los dos últimos; Rafael murió en un campo de concentración en la Francia ocupada por los nazis; Miguel, que había elegido la carrera militar, murió victima de un accidente al caer de su caballo durante unos ejercicios que se realizaban en las Atarazanas de Barcelona.

Antes de estos hechos Andrés y su sobrino Alberto tuvieron la oportunidad de trabajar en una fábrica de óptica ubicada en Badalona, para iniciar una actividad que fue la definitiva hasta el fin de sus días. Esta experiencia fue la razón de que mi primo Alberto y su hermano Rodrigo decidieran volver a su pueblo para montar su propia fábrica de lentes ópticos tal como la veis en la actualidad. Primero como Peninsular de Óptica (año 1933), Industrias de Óptica S: A (año 1940) y Andrés Mata S. A. (año 1950).

Los sucesivos cambios de nombre se debieron a que, finalizada nuestra guerra civil, la fábrica asignada a los hermanos Cottet, (prestigiosos ópticos de origen francés que ya estaban ubicados en Sevilla y Barcelona) bajo el nombre de Industria Nacional de Óptica S.A. (INDO), lo de Nacional fue rectificado más tarde porque esta denominación sólo podía ser utilizada por empresas estatales. Para su puesta en marcha, localizaron a mi padre que, a la sazón, residía en San Sebastián de los Reyes (Madrid). Y fueron los propios señores Cottet quienes en sus automóviles nos trajeron al pueblo. A todos menos a mi madre que, victima de las penurias pasadas durante la guerra, murió como consecuencia de las mismas.

Parece milagroso que aquella fábrica pudiera subsistir en condiciones tan precarias y con unas estructuras de apoyo logístico tan escasas. Un magnífico mecánico de coches, Joaquín Tolós; un magnífico herrero, Andrés Serrano y un buen electricista, Jaime Peralta fueron los encargados de resolver los problemas mecánicos de mayor envergadura. La materia prima era suministrada a través del recadero Agustín Serrano en sus frecuentes viajes a Barcelona.

Industrias de Óptica S. A. era entonces la única empresa de óptica en todo Aragón y una de las pocas que existían en España.

Fue precisamente en esta época en que a mis catorce años recién cumplidos, entré a formar parte de ella ( era el “chico de los lentes”, y por este apodo fui conocido durante muchos años) junto a otros colaboradores que muchos de vosotros conocéis o habéis conocido y cuyos nombres me complace recordar para que no se pierdan en el olvido: José Ciprés y los hermanos Antonio y José Peralta de Abenfigo, Alberto Mata, Tomás Escorihuela, Rafael Pallarés, Antonio Bueno y Manuel Bueno, Pilar Santafé, Francisca Baeta, Lucía Gasión, Carmen Adán, Alfonso García, Pedró Cortés y Feliciano Cortés, Roger Daniel, Pedro Miralles… y quizá algún otro que lamento no recordar fueron mis compañeros de trabajo por aquel entonces.

Aunque mi primo Alberto Prats Mata aclaró en su día, a través de un artículo en El Masino publicado ya hace algunos años, la historia de estos acontecimientos y circunstancias, he querido refrendarlos haciendo alusión a la época en que los viví de forma directa y personal, sucesos que tanto influyeron en mi vida personal y profesional.

Mi aprendizaje en el Mas duró poco tiempo, puesto que a comienzos del año 41 mi padre decidió que me trasladara a Barcelona para “aprender el oficio”. Un aprendizaje muy largo puesto que duró hasta finales del año 2003 en que di por fin finalizadas mis actividades en esta profesión que tantas y tantas satisfacciones me ha proporcionado. Pero es cierto aquello de que “nunca se acaba de aprender y siempre queda algo por descubrir”. En mi caso lo único que me preocupa es el futuro de mis nietos Javier y Arnau; ellos sí están descubriendo un mundo nuevo y, en algunos aspectos, muy distinto al que yo conocí en mi infancia. En definitiva lo que les deseo es que ese mundo sea tan feliz, a pesar de todo lo anterior, como lo ha sido el mío.

¿Y qué fue de los descendientes de aquellos que dedicaron su esfuerzo y sus vidas a la ingente tarea de traer a Mas de Las Matas un nuevo modo de vida cuando prácticamente la agricultura era el principal sustento o modo de vida?

Pues lo cierto es que, en buena parte, los Prats y los Mata siguieron fieles a lo que habían aprendido de sus padres y hoy se dedican de uno u otro modo a proporcionar una mejor visión a quienes lo precisan. Ni más ni menos como lo hicieron sus padres y abuelos.

Me complace aclarar que el edificio al que me estoy refiriendo, y que la mayoría de vosotros conocéis, pasó en 1980 a ser propiedad de mi primo hermano Alberto Mata – más hermano que primo por el afecto que ambos nos tenemos – y ésta es una de las razones por las que el nombre de mi padre se sigue manteniendo en la fachada. Detalle que nunca le agradeceré lo suficiente.

Es mi deseo que en este nuevo siglo el objetivo de nuestras familias no caiga en el olvido y continúe proporcionando a nuestros sucesores las satisfacciones y felicidad que a nosotros nos aportaron.

Pido disculpas por si en esta narración he omitido el nombre de alguna de las personas que fueron colaboradores de mi padre; mi memoria ya no es la que era, pero en modo alguno los he olvidado y siento por todos ellos un verdadero afecto