Yo tengo un tío en América
Ricardo Martín

Recuerdos de aquella ya vieja y, sin embargo, siempre nueva y vibrante canción de la película West Side Story. América, el sueño de América. La grandeza y miseria de América que a tantos españoles atrajo. Y masinos. ¿Cuántos de los lectores de estas páginas no tienen o han tenido un tío en América?. Alguno de los que emigraron consiguió su sueño de riquezas. Otros, colmaron su deseo de aventuras. Hubo quién se fue con afán misionero a ayudar a los necesitados, que también abundan en aquella tierra. Los más, se diluyeron en aquel continente como una gota de agua en la inmensidad del océano.

Un prototipo de indiano masino lo fue D. Valero Serrano, el “tío Valerico”, que dio nombre al Grupo Escolar del Mas y que edificó una emblemática casa que aun hoy se puede admirar junto a la Cruz de los Caídos. De él oí contar una anécdota en la que se decía que al no gustarle el frío, alternaba su residencia entre el Mas y Chile para no tener que soportar las inclemencias del invierno en ninguno de los dos sitios.

Pero todos no tuvieron la suerte de Valero Serrano y muchos de aquellos emigrados a América en el siglo XIX y comienzos del XX, ya no pudieron volver. Los viajes eran largos y caros y muy pocos podían permitirse el lujo de visitar a sus parientes. Al principio, aún mantuvieron correspondencia con sus padres y hermanos y, a veces, enviaban fotografías que aun hoy se conservan amarillentas en algunas de nuestras casas. Pero poco a poco, la relación epistolar fue haciéndose menos frecuente y, los descendientes, perdieron el interés por sus familiares de España. Los abuelos, al menos, trataron de transmitir a sus nietos americanos la ilusión por sus ancestros y su país y, algunos de ellos, han mantenido viva la llama del recuerdo.

Hoy en día, las rápidas transformaciones que ha sufrido el mundo, lo han convertido, más si cabe, en un pañuelo, como reza el dicho popular. Los vuelos baratos, la globalización e Internet, permiten la aproximación real y virtual de las gentes de ambos lados del océano. Es un proceso con sus luces y sus sombras, que no tenemos mas remedio que asumir y que ha impactado también en la relación entre las familias dispersas.

Es frecuente que las actuales generaciones de americanos indaguen sus raíces con las fantásticas herramientas de que nos ha dotado la red de comunicación global. Pienso que este fenómeno se da más entre los descendientes de los emigrados, que entre nosotros los españoles. El bienestar material y la educación de que disfrutan, les permite ocuparse en esa actividad genealógica y tratan de averiguar el origen de su apellido. Así, se vuelven a establecer contactos entre los parientes alejados.

No nos ha de sorprender, como a mi me ha pasado, que de pronto aparezca un primo o un tío ignorado que trata de averiguar quienes son sus familiares en España, y a interesarse por sus antepasados. Visitando las páginas Web o los blogs que hablan del apellido, se suelen encontrar direcciones de correo electrónico con las que iniciar los contactos interrumpidos por la distancia. Una fotografía que guardaba la abuela y unas cartas apolilladas, hacen que se recupere la conciencia de familia perdida tantos años. El siguiente paso es la visita a los parientes. Cruzar “el charco” ya no es una aventura ni un quebranto para la economía. Hoy lo hacen a diario miles de personas.

Pero, ¡cuidado!, con la globalización se ha globalizado también el Mal. Hay desaprensivos que saben manejar muy bien la tecnología para fines oscuros. Y no solo la tecnología, sino los sentimientos y la buena fe de la gente de bien, que afortunadamente abunda. Por eso, conviene desconfiar un poco del engañoso mundo virtual y hacer comprobaciones para asegurarnos de que esos desconocidos son en realidad quienes dicen que son. Al menos no debemos intercambiar los datos personales o bancarios sensibles en la red, porque podrían usarlos en contra nuestra.

Veamos, sin embargo, este fenómeno descrito en los párrafos precedentes con optimismo. El ponernos en contacto de nuevo con nuestros familiares olvidados, el comunicarnos con ellos, el intercambiar puntos de vista y acercarnos a sus problemas, nos hará más humanos y nos permitirá comprender que todos estamos hechos de una misma y frágil materia perecedera, en la que el alma y el espíritu que Dios nos ha infundido es la esencia de nuestro ser y la luz de nuestras relaciones humanas.