Peregrinos
Ricardo Martín

La vida nos lleva por caminos inesperados. La libertad nos permite elegirlos, pero no siempre encontramos en ellos lo que intuíamos antes de emprenderlos. A veces, la travesía es grata y placentera. Otras, es un inescrutable laberinto. Las más, es un anodino y monótono discurrir que nos arrastra imperceptiblemente hacia el fin de nuestros días.

Sin lugar a dudas, peregrinar es una forma de dar sentido a nuestra existencia. Siempre que su finalidad sea lo trascendente, lo que supera nuestra pura materialidad. Además, nos permite comprender mejor lo que nos rodea y a quienes nos rodean. Y a amarlo, como obra que es del mismo Creador.

Todas estas ideas vienen al hilo de la peregrinación que desde Barcelona hemos hecho con mi esposa, y otras personas de diversas parroquias, a Valencia. El motivo era la visita del Papa los días 8 y 9 de Julio de este año, que es además el año en que celebramos nuestras bodas de plata.

El viaje de dos días, fue en autocar y nos llevó en una primera escala a Nules donde paramos para reponer fuerzas y seguir en tren hacia Valencia. Este acogedor pueblo de Castellón, cercano a la capital de provincia y a unos 50 Km de Valencia, nos recibió con grandes muestras de generosidad. Es una población totalmente llana, que ha crecido a lo largo de la carretera general. Cuenta con unos 12.000 habitantes y está rodeado de huertas, naranjos y frutales. Situado muy cerca del mar y la playa de Nules, tiene monumentos de interés como la iglesia de la Sangre, la de Carmelitas y la Virgen de la Soledad, y también una hermosa plaza Mayor con el Ayuntamiento y la iglesia. Se jactan sus gentes de la tranquilidad y sosiego de sus calles de casas bajas, en las que se refugian veraneantes, algunos ilustres, que buscan huir del bullicio y masificación de otros lugares de la costa levantina. Un grupo de voluntarios y voluntarias de la Parroquia nos recibió y trabajó para hacernos la estancia agradable. Habían acondicionado un polideportivo cedido por el Ayuntamiento, donde íbamos a dormir esa noche tras la primera jornada en Valencia.

La cuidada organización de los actos de la visita del Papa, había dispuesto que los peregrinos se alojaran según el lugar de origen en distintas poblaciones cercanas a la capital y muy bien comunicadas por trenes especiales que circularon noche y día. A nosotros nos tocó un poco lejos, pero mereció la pena el sacrificio ante la posibilidad de conocer un pueblo y unas gentes tan entregadas y tan desinteresadas. Por la noche, agotados por el calor, las caminatas por Valencia con la mochila a cuestas, el viaje en tren y autobús y la participación en la visita, acogimos como un oasis el duro suelo del polideportivo, los aseos y las duchas impecablemente dispuestas, las bebidas, la leche para el desayuno, los bocadillos, los dulces y las frutas de su huerta, que incluso tuvieron la delicadeza de ofrecernos lavadas, para poderlas tomar mas fácilmente.

A pesar de la multitud, de la canícula del verano y del luto y desánimo que había caído sobre la ciudad, Valencia fue un modelo de organización. La amabilidad de los voluntarios, equipos de emergencia y policía, hacían más soportable la muchedumbre y daban tranquilidad ante una posible contingencia. Aseos numerosos y fuentes de agua provisionales, perfectamente dispuestos, permitían aguantar el calor. Me llamó la atención el sistema de grifos pensado para economizar el agua y el uso de la sobrante en los riachuelos artificiales. Nunca me han gustado las aglomeraciones y tenía cierta prevención antes de ir a los actos, pero la magnífica disposición de las zonas, los pasillos y los accesos, hizo que en ningún momento tuviera la sensación de agobio o de peligro. Entre la gente, muchas familias con niños incluso algún bebé, se respiraba una gran paz, alegría y sosiego. En la enorme explanada en las Ciudad de las Artes y las Ciencias, la noche del sábado, se percibía el olor a espliego o lavanda, que con tanto acierto se ha plantado en los jardines mediterráneos del antiguo cauce del Turia. Los jóvenes se veían alegres jugando a las cartas o tocando la guitarra, sentados en la hierba con sus mantas y sacos de dormir. En los riachuelos que corrían entre los peregrinos, algunos niños se bañaban alegre y confiadamente.

La dulzura del Papa Benedicto, que da más fuerza si cabe a sus palabras, impregnaba el ambiente. Hablaba con sencillez y a la vez, con una gran profundidad en su discurso. Por algo además de Papa bueno, es un filósofo y teólogo de gran valía. Hombre de pensamiento que sabe transmitir de una forma maravillosa su mensaje, que no es otro que el mensaje del Evangelio. En Valencia, el tema central fue la familia como núcleo de amor insustituible entre un hombre y una mujer, que se materializa y prolonga en los hijos. Y su misión de transmitir la fe de generación en generación, para la que tanta importancia quiso dar al papel de los abuelos. En la Misa del domingo, la gente aguantó el calor y el sol que caía a plomo y se agolpó en la explanada y las calles adyacentes desde la madrugada hasta el mediodía. Grandes pantallas permitían seguir los actos a quienes no tenían visión directa. Como la noche había sido muy agradable, muchos durmieron allí mismo, bajo un techo de estrellas y en una atmósfera perfumada por el espliego y las plantas aromáticas.

La mochila fue nuestra compañera inseparable durante toda la peregrinación. También los organizadores cuidaron este detalle. La gorra, un abanico, una camiseta, un rosario de diez cuentas, unos libritos con guía y oraciones, una botella de agua, una cinta para colgar el identificador y los propios enseres que cada uno llevábamos o íbamos incorporando, hacían que su peso no fuese despreciable y se dejase sentir en las largas caminatas por la ciudad de Valencia.