De un frondoso carrascal
y un barranco sin agua
y de unos pinos verdes
hicimos una barraca.
Con una sierra en la mano
y un hacha para cortar
les quitaba a las aves
la vivienda sin parar.
Las urracas y los cuervos
no paraban de graznar
y con fuerza les decían
¡parar, parar!
La simpática abubilla
con su cresta les miraba
y por la noche el búho
lastimoso les cantaba.
Que se marcharan del monte
que no invadieran su morada
que dejaran la sierra
que tiraran el hacha.
Pero los hombres de monte
ninguno les escuchaba
se hicieron carboneros
y ese carbón se vendía
se pagaba muy bien
era carbón de encina.
El suelo era precioso
todo un pedregal
unas piedras preciosas
parecía que había estado el mar.
Las perdices se marcharon
los conejos se fueron
y otros fueron cayendo
en la trampa de los cepos.
Todo quedó arrasado
allí no quedó nada
sólo un recuerdo
sólo una añoranza.