MEMORIAS DE... ALFONSO ZAPATER

Artículos publicados en EL HERALDO DE ARAGÓN, en la sección MEMORIAS DE... del autor ALFONSO ZAPATER

Triste final del gorrión perico

Un desconsuelo que se calmó, en parte, con la poesía y la músicaLo de Perico conviene recordarlo, por la singularidad del caso, que tantas alegría e ilusiones me produjo, pese al triste final. Tenía la jaula colgada en una pared del comedor, siempre con la puerta abierta, ya lo dije, y el gorrión compartía con nosotros -toda la familia- el desayuno, la comida y la cena. Tan pronto lo llamaba, acudía en suave vuelo a la mesa y allí picoteaba cuanto le apetecía. Luego me acompañaba por las distintas dependencias de la casa, atento siempre a mis llamadas e indicaciones. Un día decidí sacarlo a la calle, sobre mi hombro. Frente al edificio del Molinico se alzaban tres grandes chopos, donde piaban otros gorriones que solían anidar en los agujeros de la fachada. Perico movió la cabeza significativamente, escuchando, y respondió piando también. Seguidamente emprendió el vuelo y se incorporó a los demás gorriones, entre el frondose ramaje de uno de los chopos. Yo rompí a llorar, llamándolo desesperadamente, sin encontrar respuesta. Lo creí perdido para siempre, y ya iba a retirarme, desesperado, cuando Perico acudió a posarse sobre mi hombro. Y juntos, como de costumbre, nos metimos en casa. Lo colmé de besos y arrumacos. Pero un día, mucho tiempo después, sucedió lo irreparable. A mediodía, Perico salió de su jaula para compartir la comida con nosotros. Desgraciadamente, el yantar se inició con una sopa que todavía estaba hirviendo. Perico se subió al borde de uno de los platos. Yo le advertí para que no picara hasta que se enfriara un poco, y entonces resbaló y se sumergió en la sopa. Lo saqué de inmediato, pero ya no hubo remedio. Murió al poco a consecuencia de las quemaduras, prácticamente abrasado. De nada le sirvieron mis besos y mis caricias, entre lágrimas. Al día siguiente, lo enterré con todo ceremonial bajo una pequeña cueva del cabezo, con techado de roca, y coloqué una cruz de palo sobre su sepultura. Tardé mucho en reponerme. Creo que aún no lo he conseguido. Busqué consuelo en la poesía y en la música. Bueno, la poesía me acompañaba siempre, y mis padres me hacían recitar cada vez que recibíamos una visita. La música fue por tratar de imitar a mi padre, que además de bailar la jota tocaba muy bien el acordeón normal –no el piano-, la guitarra y la bandurria. Yo me atreví con los dos primeros instrumentos, sobre todo el acordeón, en el que descubrí una mayor melodía.

Agrupación Guerrillera de Levante

Los maquis empezaron a dejarse notar cometiendo numerosos atentadosTodos los días venía la pareja de la Guardia Civil al Molinico y se pasaba con nosotros muchas horas. Tardé en descubrir su labor de vigilancia ante la invasión de los maquis. Al poco, llegaron a mis manos varios folios encabezados por la Agrupación Guerrillera de Levante, en los que se daba cuenta de las acciones realizadas por sus miembros, los ataques y las bajas. Los maquis acudían con preferencia a las masías y otros edificios aislados, unas veces para fusilar a alguien -así lo definían ellos en aquellos folios de multicopista-, en nombre del comunismo que representaban, y otras, simplemente, en busca de alimentos para subsistir en el monte. Una noche de otoño, fría y destemplada, mi padre tuvo que subir varias veces a limpiar el rallo por el que se tomaba el agua para abastecer a la turbina de la central eléctrica que daba luz al pueblo. Ante lo avanzado de la hora, decidió parar la central, pensando que la luz ya no era necesaria. Y en aquel preciso momento se evadió un maqui de casa de su esposa en Aguaviva, aprovechando la oscuridad, por lo que la Guardia Civil, que estaba al acecho, no pudo capturarlo. Al día siguiente, se personaron en el Molinico para saber qué había sucedido con aquel inoportuno apagón, y mi padre relató el incidente con naturalidad, ignorando los acontecimientos. Le salvó el hecho de que los guardias civiles le conocían y hasta le prodigaban su amistad. Otra noche, la fachada de la iglesia parroquial apareció llena de pintadas, entre las que destacaba una que decía: “Viva Rusia”. Manuel Cavero, el teniente de Línea de la Guardia Civil, era también amigo, nacido en Urrea de Gaén, y se desplazó a Aguaviva para tratar de inquirir informes de los maquis. Estuvo en el Casino, donde tomó una consumición y se encontró, al final, con que había sido invitado. “¿Por quién?”, preguntó. Y como respuesta le entregaron un nota firmada por los maquis, felicitándole por su labor. “Todos deberían ser como usted”, le decían. Yo alucinaba con aquellas historias, escuchando las conversaciones en silencio, y coleccionándome los partes de la Agrupación Guerrillera de Levante que llegaban a mis manos. Por ellos supe de otros lugares de más peligro, como el molino del Chorrador, y los escondites de los pinares próximos. Los maquis estaban diseminados por todas partes, sembrando el terror y el miedo.