MEMORIAS DE... ALFONSO ZAPATER

Artículos publicados en EL HERALDO DE ARAGÓN, en la sección MEMORIAS DE... del autor ALFONSO ZAPATER

Cuando el estudio es formación

La mayoría de edad puede surgir, excepcionalmente, a los nueve años.

Sucedió así, efectivamente. Por eso mantengo en el recuerdo mi etapa de colegial en Mas de las Matas, aunque el que fuera mi maestro, don José Miguel Balbín, tenga que hacerme todavía, de vez en cuando, algunas recomendaciones para avivar mi memoria. Por ejemplo, la unión de mi catequista Rosario Portolés con don Joaquín Villalba, que yo sólo di a entender. Y que en el atentado de los maquis, en la carretera de Castellote, murió el médico del pueblo, don Salvador, cuando se acercó a identificar el cadáver-trampa.

Mis primos Rosita y Alberto y mi hermana PaquitaYa advertí desde el principio que a mí no me gustan las memorias, sino los recuerdos, y trato de poner éstos en pie según me vienen.

El caso es que con la llegada de don José Miguel Balbín tuve consciencia de que el estudio es formación, y supe que la mayoría de edad puede surgir, excepcionalmente, a los nueve años. Prueba de ello es que ya por entonces pertenecía al tercer grado, el de los mayores, y además de dominar la correspondiente “Enciclopedia”, de Dalmau Carles, me impuse la “Aritmética”, de Bruño, y resolvía los problemas de álgebra con facilidad, alternando con la fórmula llamada “falsa posición”.

Ignoro si este hecho, unido a ser el primero de la clase, me convirtió en víctima de lo que actualmente se denomina acoso escolar. La cuestión es que mi madre acudió a conocer a mi nuevo maestro, según me revelaría él después, y sin ni siquiera darle los buenos días le planteó la cuestión:

-Vengo a ver lo que pasa con mi Alfonsín.

A continuación expuso su queja, y don José Miguel se encargó a continuación de advertir a mis compañeros. No obstante, a mí no me atraía el recreo, ni participaba en los juegos de los demás. Únicamente tenía que formar en el patio cuando don Fernando (director del grupo escolar, que más tarde contrajo matrimonio con doña Pabla, maestra de las niñas) nos enseñaba la instrucción, no sé para qué.

También excursionábamos al monte a plantar pinos, en la época otoñal, impulsando la repoblación forestal. Yo planté uno, asimismo, en el acceso al grupo escolar, como privilegio. En ocasiones, jugábamos al balonmano, siempre bajo la dirección de don Fernando. Pero a mí nunca se me dio bien la práctica del deporte reglamentario.

Me apasionaba más el cálculo mental que don José Miguel nos inculcaba. Ignoro si ello era normal en mí.

Escuela de Mas de las Matas

Niño entre los mayores, mis compañeros me llamaban "Alfonso el Sabio".Mi padre permaneció durante diez meses en el campo de trabajo de Teruel, alojado en la plaza de toros. No había espacio suficiente para todos en los pasillos ni bajo los palcos, por lo que un día se vio obligado a dormir con las piernas fuera de techado y se le helaron. En la capital turolense, los condenados se ocupaban en desencombrar la ciudad, prácticamente en ruinas, especialmente la parte del Seminario. Difícilmente podían soportar la impresión que les producía cuando manejaban el pico y se clavaba en una superficie blanda, que por lo general se trataba de un cadaver. Lo pusieron en libertad, como a mi abuela, porque tampoco pudieron encontrar delitos graves contra él, si bien en su certificado de penales figuró siempre este cargo: “Auxilio a la rebelión y desafecto al régimen”. Ello le impidió obtener permiso de armas para ejercer su afición favorita, la caza, por lo que se convirtió en un cazador furtivo. Decidió proseguir con su profesión de molinero de harinas, y al poco consiguió en alquiler el molino de Aguaviva, que distaba sólo un kilómetro de Mas de Las Matas, dado que este pueblo está situado al otro lado del río Guadalope, sobre la margen izquierda. Por tanto, me ingresaron como alumno en la escuela de Mas, donde se dio el caso curioso de que en una sola jornada de clase (a la sazón se iba mañana y tarde) pasé del primer grado, donde iban los más pequeños, al tercero, el de los mayores de hasta catorce años. Tanto es así, que mis compañeros de clase comenzaron a llamarme “Alfonso el Sabio”, y con ese apodo me quedé. Recupero, pues, mi infancia. Apenas cumplidos los ocho años, tuve la suerte de tropezar con un maestro -ya sé que hoy se llaman profesores- que lo fue todo para mí. Me refiero a don José Miguel Balbín, un asturiano que estudió teología hasta que llegó la guerra y le tocó venir a la provincia turolense, donde conoció a Buen Suceso Piquer, natural de Mazaleón, con la que contrajo matrimonio. Don José Miguel sabía enseñar y tocar el amor propio de sus alumnos. Nos examinaba semanalmente, asignándonos las respectivas notas, y yo tuve a gala ser el primero de clase, con el sobresaliente colgado a la espalda. Sólo en una ocasión me concedió notable y me costó no llorar, pues quedé segundo, por detrás de mi compañero de pupitre, Alfredo Monforte. Todavía lo recuerdo con pesar.