¿Servidores públicos?
Jesús Timoneda Monfil

Ayudar, servir, orientar, colaborar en la resolución de los problemas de los demás es, en mi opinión, muy gratificante. Cuanto más damos más recibimos. No importa cuando ni cómo, pero es así. A veces bienes materiales, otras una sonrisa, en ocasiones callar una respuesta airada, otras escuchando con ganas de entender, etc.

Cada vez se percibe una mayor sensibilidad social en todos los ámbitos. Es como una eclosión. Hay personas que se sienten realizadas y a gusto ayudando a los que necesitan ayuda, bien haciendo de ello su medio de vida, o bien de forma voluntaria y gratuita. Se da el caso de personas, muchas de ellas jóvenes, que durante sus vacaciones van a barrios pobres o a países tercermundistas para enseñar, colaborar, ayudar, a esos seres olvidados y marginados. Esos voluntarios soportan un clima con frecuencia adverso, moscas, higiene deficiente, malas comunicaciones, etc. Todas esas personas hacen más llevadera y agradable la vida de otros que casi nada poseen, que agradecen cualquier cosa y lo ofrecen todo. Esta labor humanitaria es encomiable y digna de un mayor reconocimiento. A pesar de todo estos voluntarios suelen afirmar que aprenden mucho de los olvidados, aprecian mejor los bienes que disfrutan en sus países de origen, etc.

En nuestra sociedad hay otras personas que se supone que también ayudan, orientan, sirven, colaboran con la gente. Me refiero a los políticos y a los cargos designados por éstos. Los hay que reciben un sueldo, como es el caso de los diputados provinciales, autonómicos, nacionales, senadores, consejeros, alcaldes de grandes poblaciones y cargos a partir de cierta entidad. Otros no perciben ingresos, como son los alcaldes y concejales de pequeñas poblaciones. Todos ellos, cobren o no, son servidores públicos, están para ayudar, servir al pueblo, es decir a la gente. Son nuestros representantes porque los hemos votado, y por tanto a nosotros se deben. A muchos de ellos les anima el afán de servicio, de resolver problemas de sus conciudadanos, y así dedican tiempo, imaginación y desvelos para ello. En consecuencia debemos agradecerles su dedicación.

También es cierto que existen otros políticos que son diferentes, que se aprovechan de los privilegios que ofrece el poder. Que perciban sueldos generosos, a mi juicio, no es lo peor, pues en su defensa puede argüirse que en otros países sus emolumentos son superiores. Si fueran responsables en todo, ese dinero estaría bien empleado. No obstante hallamos algunos, tanto si cobran como si no, que se alistan a los partidos con motivaciones egoístas, con un inmenso deseo de medrar, de enriquecerse, de conseguir la máxima cota de poder, y por tanto de influencia. No entienden su trabajo como un servicio público sino que se sirven de su cargo para sus propios intereses personales, o bien para reforzar su ego, bien para ocupar los mejores sitios, para disponer de coche oficial, bien por un grandísimo deseo de notoriedad, prestigio social y vanidad. Siempre hay personas que lisonjean, jalean, “hacen la pelota”, a los que mandan.

Entre estos aprovechados pululan otros que aunque vean evidencias de errores, de graves fallos cometidos, de injusticias, miran hacia otro lado, y son incapaces de admitirlo y de dar la cara, aunque eso suponga un coste económico considerable para el país o para su propia localidad. Por supuesto que tampoco les afecta el que haya personas o familias perjudicadas. Otros lo solucionarán, pero ellos no rectifican, sería demasiado pedir. Y es que la incapacidad y la incompetencia van unidas, a menudo, con la inconsciencia, el orgullo y hasta la crueldad. Con frecuencia hacen más daño los incompetentes y orgullosos que los otros. Es muy raro, por lo inusual, que los políticos dimitan, aún sabiéndose incapaces y equivocados. Lo habitual es aferrarse a la poltrona caiga quien caiga.

Los fallos, los errores, las negligencias, las injusticias, no son patrimonio exclusivo del o los partidos que detentan el poder, sino también de la oposición, incluso en pequeñas poblaciones.

Quiero pensar que la mayoría de los políticos son honestos, asumen su responsabilidad, se comprometen, “se mojan”, en la búsqueda de soluciones justas a las demandas y quejas de los ciudadanos. Que intentan conseguir el bien común, la concordia y la armonía entre todos. Si por el contrario admitiéramos que casi todos son unos irresponsables, ineptos, injustos y aprovechados significaría aceptar el caos. Al fin y al cabo los políticos son elegidos por nosotros. Creo que es bueno que estemos informados de su labor para otorgarles nuestra confianza o bien retirársela. En nuestras manos está..