MEMORIAS DE... ALFONSO ZAPATER

Artículos publicados en EL HERALDO DE ARAGÓN, en la sección MEMORIAS DE... del autor ALFONSO ZAPATER

Un teatro convertido en templo

Los maquis (entonces utilizábamos el artículo en plural, si bien después se hablaría más de “el maquis”) también dejaron su rastro en Mas de las Matas, ya que atentaron contra la Guardia Civil cuando varios de sus miembros acudieron a la carretera de Castellote para proceder al levantamiento de un cadáver. Al darle la vuelta al cuerpo, que estaba boca abajo, hizo explosión una bomba y corrió la sangre. Entre los afectados se encontraba el tío Callao, que me prodigaba su amistad.

Primera Comunión, vestido de blanco, en el pueblo de Mas de las Matas.Todos posamos ante la casa de nuestra catequista.Así las cosas, mis padres decidieron que había llegado el momento de hacer la Primera Comunión, con ocho años cumplidos, camino de los nueve. La ceremonia tuvo lugar en el antiguo teatro Masino, convertido en templo debido a que la iglesia parroquial de San Juan Bautista -el patrono del pueblo, junto a Santa Flora- había sido quemada en 1936, con motivo de la guerra civil, y no sería restaurada hasta 1949. No obstante, permanecía en pie su majestuosa fachada y la torre campanario, de 64 metros de altura, la más alta de la provincia turolense, según decían.

En el teatro convertido en templo se utilizaba el escenario como coro. Abajo se encontraba el antiguo lavadero. Allí acudíamos los futuros comulgantes para recibir las consabidas clases de catecismo, que nos impartió doña Rosario Portolés, a la que profesé gran simpatía y cariño. Desde entonces, siempre sería mi catequista.

El día de la Primera Comunión se celebraba por todo lo alto. Como siempre. Además, aquel año (1941) yo fui el único niño que vistió de blanco; por eso me situaban en el centro del grupo cada vez que nos hacían una fotografía. La más emotiva fue frente a la puerta de la casa de doña Rosario Portolés, donde prepararon de antemano unos tablones, con el soporte de varias sillas, para que nos acomodáramos.

Mis padres no cabían en sí de gozo al verme tan serio y tan formal. Imagino que sucedería otro tanto con mis compañeros.

Me aprendí de cabo a rabo el Catecismo, hasta el punto de saber de memoria todas las preguntas y respuestas. Me vino muy bien, luego, en la escuela, cuando el cura párroco acudía los sábados para examinarnos. Tomaba asiento tras la mesa de nuestro maestro y nosotros nos situábamos alrededor. El primero de la clase, que solía ser yo, preguntaba al segundo: “Dime, hijo, ¿eres cristiano”. Éste respondía: “Sí, padre, por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo”. Y así sucesivamente.

Un edificio escolar envidiable

Fue construido en 1935 y es capaz de albergar a 350 alumnos

Un kilómetro de ida y otro de vuelta, mañana y tarde. Esta es la distancia que caminaba diariamente para ir a la escuela de Mas de las Matas. Ya he dejado constancia anteriormente de que el Molinico se encontraba al otro lado del río Guadalope, ya en término municipal de Aguaviva.

Frente al teatro convertido en templo se alzaba el majestuoso Grupo Escolar, que me llamó poderosamente la atención desde el primer momento. Ocupaba un amplio espacio, con generosa zona de recreo. Fue levantado en 1935 y tenía capacidad para 350 alumnos. La planta superior estaba dedicada a las chicas, y la inferior a los chicos, ambas con sus diferentes grados. Sólo nos mezclábamos cuando llegaba el mes de mayo, que nosotros subíamos para compartir todos juntos el rezo del Rosario. Por eso esperábamos con ilusión, creo yo, el llamado mes de María.También recibí clases en la casa de Don Joaquin Villalba

Para llegar al edificio escolar, hoy conocido como Grupo Escolar Valero Serrano, se pasada por el teatro-templo, y al otro lado teníamos el molino harinero del Mas, que más tarde convertirían también en fábrica, con la incorporación de un cilindro en sustitución de la muela correspondiente. Mi padre se encargó de informarme al respecto. Uno y otro (me refiero al teatro y al molino) pasarían después a manos del Grupo de Estudios Masinos, como sala de exposiciones y museo, respectivamente, entre otras varias actividades.

Aquel verano que siguió a mi primera comunión lo aproveché también para recibir clases particulares con un maestro local destinado fuera de su pueblo, al que regresaba los veranos. Mi ansia de saber carecía de límites.

O sea, que de mi catequista Rosario Portolés pasé a don Joaquín Villalba. ¿Quién iba a decirlo? Acudía por las tardes a su casa de la plaza, donde se hallaba la Confitería Villalba, regentada por Ceferino. Curiosamente, el que después habría de convertirse en mi maestro más importante y que mayor huella dejaría en mí, don José Miguel Balbín -del que volveré a ocuparme más adelante con la extensión que él se merece- me informó este verano de 2005, en su tierra asturiana, Colunga, del fallecimiento de don Joaquín. Y yo recordé, lo que son las cosas, que la casualidad me hizo coincidir en Santiago de Chile con su hermano, Ceferino Villalba, miembro de la Hermandad Aragonesa, residente allí. Es cierto que la vida da muchas vueltas.