¿Qué debemos comer y beber?

Jesús Timoneda

Si hemos de hacer caso a los expertos en intoxicaciones alimentarias nunca han estado tan controlados los alimentos como ahora, respecto a su calidad química y bacteriológica. Eso, en parte, ha contribuido a disminuir las infecciones. Antes se comía y se bebía cualquier cosa sin control, y ahora todo está vigilado. Me refiero al mundo desarrollado o Primer Mundo. El control es doble. Por una parte las inspecciones oficiales, y por otra el control de las propias empresas que manipulan o producen alimentos, las cuales están muy interesadas en que todo esté en orden.. Por los perjuicios económicos que podrían derivarse. La no contaminación es algo que no puede garantizarse al ciento por ciento, pero las medidas son muy seguras, y se analiza cada vez mayor número de sustancias. Ahora se está intentando avanzar hacia una agencia europea de control, con una legislación común que mantenga una vigilancia exhaustiva y constante, que corrija los efectos de la rápida extensión de una intoxicación, debido a la globalización, cada vez mayor, de la economía. Los alimentos sin etiquetar, aunque sean naturales, suponen un riesgo, porque nadie se responsabiliza de esos productos.

A pesar de todo es del dominio público que han habido varios problemas con las llamadas «vacas locas», los pollos contaminados con dioxina, los cerdos de algún país europeo, un conocidísimo refresco, el aceite de colza adulterado, etc., etc. A todo lo cual hay que añadir los derivados, como los huevos, galletas, salchichas, mayonesas, cosméticos,etc. Las consecuencias para las personas casi siempre son graves.

Muchos piensos están compuestos de despojos de mataderos, grasas recicladas y harinas de muy diverso origen. Parece ser que la ley, aquí en España, permite alimentar a los animales con despojos, grasas y harinas, siempre en la composición correcta, al menos si esa ley no ha variado recientemente.

El control se intuye insuficiente. Por ejemplo, en algunas ferias de ganado hay «chiringuitos» donde se venden productos farmacológicos ilegales a la vista de todos. Me pregunto también de donde salen las hormonas para aumentar la producción de leche y carne, las hormonas utilizadas para planificar la producción de carne, sobre todo en Navidad por su mayor consumo, o bien los antibióticos que luego se transmiten a los humanos y luego esos mismos no les hacen efecto.

El campo, muchas veces, no es sinónimo de sana respiración sino de malos olores e incluso, en ocasiones, de intoxicación de animales y personas por los pesticidas, plaguicidas, insecticidas y abonos, los cuales a veces se filtran y llegan a los acuíferos.

¿Hemos de subordinar la salud y la seguridad a los intereses económicos y al materialismo deshumanizante? ¿Hemos de consentir que, en ocasiones, los gobiernos oculten información o la retrasen, como con los pollos con dioxina? ¿No es mejor que cambiemos nuestros valores y aprendamos a vivir en armonía con la naturaleza y con la vida en todas sus formas?