¿Hasta cuándo aguantarán las mujeres?
Jesús Timoneda Monfill

El día 25 de Noviembre se recuerda cada año como Día Internacional de la no violencia contra las mujeres. No sé como empezó, pero el caso es que cada vez se da más esa costumbre de poner fechas, días, para casi todo, como si los demás días del año no nos acordásemos de los problemas que nos afectan.

¿Cuándo vamos a poner fin a las amenazas, las vejaciones, las humillaciones, los golpes, los malos tratos verbales y psicológicos, las persecuciones, las vigilancias y, en fin, todos los sufrimientos que las mujeres soportan por parte de algunos compañeros, parejas, maridos o ex-maridos?

Desde muchas instancias se anima a las mujeres a denunciar a sus agresores, sin embargo es del dominio público que, salvo raras excepciones, eso no sirve de nada, puesto que, al no haber privación de libertad, los maridos continúan haciéndoles la vida imposible. Muchas veces los jueces no hacen cumplir las sentencias que ellos mismos han dictado. La consecuencia es que los agresores se envalentonan y siguen con sus canalladas hasta que desembocan en muchas ocasiones en la muerte de la víctima, que, claro, es una mujer.

El origen o la causa de estos comportamientos violentos se debe a diversos factores, como por ejemplo, el machismo fanático, la educación recibida, según la cual las mujeres han de obedecer al marido y aguantarlo todo; la dependencia económica, el concepto de inferioridad de la mujer, etc. Hasta hace muy poco en Suiza las mujeres no tenía derecho al voto. Hasta hace muy poco una institución religiosa afirmaba que las mujeres no tenían alma. En España, antes de la democracia las mujeres no podían firmar un contrato de trabajo sin permiso del marido, etc., etc.

Por todo ello son las mujeres, o sea las víctimas, las que tienen que esconderse, cambiar de casa, de identidad, de vida. De todo lo cual se deduce que, o las leyes en vigor no sirven y hay que elaborar otras más adecuadas, más realistas, o bien quienes tienen el deber de aplicarlas lo están haciendo mal. Todos somos un poco responsables de la situación. Hemos de presionar al Gobierno y a nuestros representantes políticos para que corrijan las deficiencias legislativas, de manera que se acabe esta violencia ya.

En lugar de esconderse las víctimas supongo que sería más eficaz que los agresores estuviesen en algún centro alejado donde se les rehabilitase y, poco a poco, se insertaran en la sociedad, cuidando escrupulosamente que no molestaran lo más mínimo a sus víctimas. Si reincidieran se les podría aplicar penas de privación de libertad. Ojalá no fuera necesaria ninguna medida represiva y bastase con el propio convencimiento que esto no puede continu