La vida que toca vivir
José Manuel Pastor Arrufat

Inexpresivo, rebelde y tímida sonrisa en sus labios, juventud de acelerada madurez e instinto auto protector, inseguro en sus decisiones pero atrevido en sus contestaciones, espera en la calle a que un giro de tuerca abra las puertas de la calma interior a una complicada infancia.

Una vida de melodrama dominguero, de esas cintas de final feliz que nos pasan con excesiva frecuencia y nos recuerda la suerte que muchos tenemos, que nos hace pensar en valores que no apreciamos porque los damos por hecho el tenerlos, lo vemos natural e ilógico que sea de otra forma distinta, valores como la familia, la amistad o el derecho a que te respeten tal como eres. Pero lo que para nosotros es normal por tenerlo al alcance de la mano e incluso nos permitimos el lujo de cuestionarlo o traicionarlo, para otros como este joven es una utopía, un sueño inalcanzable para él.

Por ello, es complicado. Nadie puede elegir la familia en la que te toca vivir, pero es mucho peor perderla o no haberla tenido realmente nunca.

Él también quiere hablar a quien le escuche, porque también le gusta ser oído. También piensa y siente, acepta su vida y sus decisiones pero no sin envidiar la situación de otros para él más privilegiados. Incluso acepta con dureza que las decisiones de sus predecesores le conviertan en un joven marginal al que la mayoría aparta de un plumazo de su sociedad.

Seguro que este joven puede enseñar más de la vida y sus injusticias que un acomodado anciano venido de buena familia que esquivó con maestría los malos momentos vividos en su país. Hay quien nunca ha podido elegir.

Ahora nos acercamos unos pocos, él sonríe al vernos llegar, sabe que tiene conversación y que durante un rato es alguien importante para algunos o, por lo menos, es alguien. Le invitamos al cine, a que ese maravilloso arte le ayude a evadirse durante unas horas de sí mismo. Al salir, él habla de las escenas que más le han impactado, se nota que ha disfrutado, pero no por el hecho de ir al cine ya que no es una cosa que le mueva en exceso la curiosidad, sino por el gratificante hecho de estar acompañado de gente, de involucrarse en la «sociedad normal». Luego vuelve la soledad y a cada uno nuestras miserias.

Lejos de su vida y de su ciudad natal, reconstruye una nueva vida que le revalorice en esta exigente sociedad, sin olvidar por ello de donde viene y quién es y sin olvidar que es muy joven aún y le queda mucho tiempo para vivir y crecer. Ahora coge su YAMAHA de ochenta, su más fiel aliada y poniéndola a tope encuentra la libertad que necesita, su más preciada obsesión.

«Si alguna vez escribes sobre la vida o las experiencias de otros, no disfraces la realidad ni busques un final feliz a tu historia. Cuenta lo que tú vives u otros te cuentan, con franqueza y la dureza que merezcan, porque la vida no es un sueño o un cuento, la vida es vida»- me dice un día clavando su mirada en la mía.

Llego a casa y saludo a los míos, y al verlos valoro lo que tengo a mi alrededor, lo que yo no aprecio y en cambio otros envidian. Y al escribir, pienso en lo que he aprendido de aquel chico que al principio para mí sólo era un crío rebelde y descarado sin «pizca» de educación. Él también dice que aprende de nosotros, pero no creo que sea tan intenso como su experiencia.

A Iván de Ariza (Zaragoza)