Cueva de Cambriles
Miguel Perdiguer

Querido amigo Eduardo: Han pasado escasamente dos meses de aquel 27 de junio, que a eso de las 8 de la mañana, nos juntamos en los montes de Ladruñán.

Tú, ibas acompañado de dos simpáticos montañeros valencianos, después de haber pernoctado en un refugio de las proximidades de la masía del Latonar. Mi hermano y yo, conducidos por tu padre, llegamos a ese hermoso paraje, con esa temperatura tan agradable de la mañana, y con una atmósfera limpia, que permitía ver un cielo azul impresionante. Si añadimos aquel aroma de romero, tomillo, etc. creo que no podíamos encontrar mejor marco para un encuentro desde hace varios años. Todavía persiste en mí el impacto de tu presencia. ¿Cómo podía esperar que aquel niño tan pequeño, que traían sus padres a mi consulta, al cabo de unos años, se hubiese podido transformar en ese fornido montañero, monitor de esquí, guía de montaña, etc. que tenía ante mí. La imagen que persistía en mi mente, no se correspondía ni por asomo a la que estaba presenciando.

Por lo tanto, no podía empezar mejor aquella excursión a la cueva de Cambriles, largamente deseada por mí y merced a la complacencia de tu padre y tuya.

Dada mi afición fotográfica, solamente aspiraba a llegar a la base de la roca y desde allí, por su altura, poder hacer fotografías de aquellos maravillosos paisajes, que tantos recuerdos juveniles traen a mi memoria. Pero la realidad superó a mi ilusión, pues pude hacer fotografías que abarcaban desde el pantano de Santolea hasta la Muela de Cantavieja. Por abajo, el río Guadalope a su paso por La Algecira y por las Hoces, forma un surco de difícil descripción. Sólo viéndolo nos daremos una idea aproximada..

La sorpresa surge, cuando sacáis los cascos, arneses, rodilleras y hasta unas camisas para mi hermano y para mí. Comienza la preparación psicológica para convencernos de la seguridad de la ascensión y lo hicisteis tan bien y nosotros tan predispuestos a dejarnos convencer, que nos dejamos vestir de escaladores y ¡tira para arriba!. Mejor dicho, nosotros no tirábamos nada, sino que erais vosotros los que os esforzasteis para que estos dos “jovenzanos” (eramos jóvenes hace años), llegásemos a la cueva.

Ya en la boca de la cueva, dedicamos unos minutos a contemplar de nuevo el paisaje y a seguir haciendo fotografías.

La entrada a la cueva es una grieta alargada e inclinada que solamente permite la entrada reptando, pues ni siquiera gateando es posible entrar. (Ahora comprendí la utilidad de la camisa).

La magnífica descripción que hiciste en EL MASINO de la cueva, hace innecesario que vuelva sobre el tema, de otra parte con toda seguridad menos gráfica y descriptiva. Pero sí quiero hacer algunas reflexiones que me han surgido después de la visita:

a) ¿Cómo es posible que más de 22 personas, entre ellas cuatro de Mas de las Matas, pudieran permanecer allí hasta 10 meses?

b) Si la humedad fuese tan nociva para los procesos reumáticos como se le atribuye, los habitantes de tan oscuro y húmedo lugar no hubieran podido caminar a su salida.

c) Que algunos de los moradores, tenía bastantes conocimientos culturales, como queda reflejado en la calidad de la letra y el más estricto cumplimiento de las reglas ortográficas.

d) Que la prolongada permanencia en comunidad, hizo que se organizasen como si de una vivienda habitual se tratara. Allí se encuentran los rótulos que indican la función a que estaba destinado cada recoveco de la irregular cueva. Como puede verse en alguna de estas fotografías, allí aparecen: ENTRESUELO, BODEGA, LAVABO, Dpto. DE HIGIENE, AUDITORÍA, etc...

Resumen: Nos hicisteis pasar un día feliz, ligeramente empañado por el pequeño incidente de Joaquín.

La comida en el Hotel D. Iñigo de Aragón de Las Cuevas de Cañart fue un digno final de la aventura.

Por todo ello quedamos sumamente agradecidos a todos los que hicisteis posible este evento.

Eduardo y Joaquín ¡Muchas gracias!

Un fuerte abrazo,

Manolo y Miguel Perdiguer

NOTA

Esta “hazaña” no merece figurar en el Guiness, pero quizá si en un rinconcico de la MOCHIGANGA. Para facilitarle la labor a nuestro común amigo Antonio Serrano, allá va este cuarteto:

Los hermanos Perdiguer

se sentían juveniles

y los subieron colgados

a la cueva de Cambriles.