Charradicas

Miguel Ángel Royo
Los alguaciles llevando al reo a la horca. FOTO: Miguel Perdiguer

Antes de que regresase el Comendador, dijo Marta, la que se casó con Miguel Ángel, y que ya ha vuelto de Cancún del viaje de novios; “En el Mas no hace falta que os vayáis de uno en uno al manicomio de Teruel. Iros en autobuses todo el pueblo junto, porque con esto del Comendador está ya claro que estáis todos para encerrar.” Lanzado por el sentido más lúdico, el Kiko de Las Parras propuso una fiesta parecida pero con todos disfrazados de indios y de vaqueros. “Para entrar en materia se podrían ver películas del oeste en la casa de cultura, y la fiesta se haría todos los meses de octubre, que todavía es un mes sin fiesta.” Vivimos inolvidables momentos de locura colectiva, que ya empezaron el jueves por la noche en la calle Mayor, con el José el estanquero echando paja por toda la calle, para ambientar el cotarro. Luego su disfraz de bandolero de Sierra Morena con dos pistolones sería la sensación. Ahora no somos tan diferentes de los contemporáneos del capitán Alatriste, que cultivaban la apariencia como si el mundo fuera un teatro. Y el teatro, además, era el entretenimiento favorito de ricos y pobres. Al poder elegir la condición, es normal que en esta fiesta predominasen los ricos, como salidos de cuadros de Rembrandt, y escasearan los pícaros y pobres de los cuadros de Murillo. Aprovechando la fiesta de la Mercé, apareció por doquier la nobleza de Barcelona, con un Antonio Pallarés pintado por Velázquez que llegó con el traje impecable y se marchó acribilladico de quemazos por las purnas de los correfocs. ¡Hala, que este mes no te faltarán cosas para contar!, me dijeron unas cincuenta y dos personas en total. Entre el mareo y la emoción, cuando juró por su honor al Comendador, Ricardo Huguet llevaba sus cuerdas vocales como cuerdas de atar morcillas. Imposible verlo todo; mientras el Pascual del Bar hacía surfing sobre el trillo en la Calle Santa Lucía simultáneamente se acababan los crespillos en la replaceta de San Roque y el vino de nuez en el callejón de los ajos. Aquí se juntaron el GEMA, el taller de empleo y los actores aficionados masinos de los tiempos del decorado de papel de envolver con los jóvenes de Masteatro, dirigidos por Manuel Fabón, Joaquín Mir, Nati Cires e Isabel Lecha, y una vez mezclado todo se ha liado una del Dios. Ramón Zaera siempre tuvo los papeles más largos, y el Torres, que retuvo su vis cómica innata, hizo de ciego recitando esos magníficos versos críticos que escribió José Manuel Pastor. Las nuevas integrantes de Masteatro se pelearon a espada en el entablao de la plaza, y como fallaba la megafonía los de atrás pensaban que se dilucidaba un duelo a ver quien de las dos tenía el picadero de caballos mejor. Todo fue apoteósico; nadie tuvo en cuenta el que fallaran los pinganillos de los micrófonos y el que se fallara la cena, pero hay quien habría llevado al Quinín como reo a la horca. Se revivieron las luchas de pastores tan típicas, los lanzamientos de albarca y los combates de esgrima. Los escépticos acabaron arrinconados y van convenciéndose poco a poco de que esto ha sido un éxito. Aquí se disfrazan hasta las cabinas de teléfono y los contenedores de vidrio. “Orrecristianao, la que habéis liado en el Mas” dicen ahora por esos pueblos. En resumen: si tú no viniste a la fiesta del Comendador, marigüindis.

Durante todo el verano provocábamos al tio Cabanes para que se vistiera en la fiesta, pero él decía que no se disfrazaría, aunque su mujer ya le tenía preparado el traje. Murió sin poder ver la fiesta, y sin poder conocer a su nieta Alba, que nació el once de octubre, ni al nieto de su vecina Rosa, Héctor Adán Blasco, que nació el veintitrés.