El paladín de los asnos
Artículo publicado en HERALDO DE ARAGÓN el domingo 27 de junio de 2004

Zaragoza cuenta con una de las mayores ganaderías asnales de España. Está en la finca La Altura de Pastriz y la lleva un inspector de Hacienda en excedencia que compagina su pasión por estos animales con su trabajo al frente de una prestigiosa consultoría de empresas.

I. ARISTU. Zaragoza | Aunque algunos no se lo crean, en España hay muy pocos burros. El asno es un animal en peligro de extinción, y Zaragoza tiene el privilegio de contar con una de las mayores reservas -si no la mayor- de todo el país. Está en Pastriz y la lleva un inspector de Hacienda en excedencia que compagina su pasión por los équidos con el trabajo al frente de una prestigiosa asesoría de empresas.

Ejecutivo por la mañana y ganadero asnal por la tarde. Juan José Cortés es un caso atípico y lo sabe. «Para dedicarse a esto hay que tener personalidad, porque mucha gente piensa que el asno eres tú -reconoce-. Algún tonto me lo ha llegado a decir, pero las personas con sensibilidad me entienden perfectamente». Para él, los animales son su verdadera vocación. «Mi felicidad sería completa si pudiera pasar con ellos todo el día, pero tengo que trabajar para que los míos coman bien», dice señalando a una gran manada de burras.

Un animal mal visto

Cortés nació en Mas de las Matas, en el Bajo Aragón turolense, hace 52 años. Aunque su padre era comerciante, su madre descendía de una familia agricultora, así que en su casa nunca faltaron los animales. «De ahí viene todo. Una afición como la mía no surge por generación espontánea», explica. A los nueve años se fue a un internado de Zaragoza, estudió Económicas en Málaga y en 1976 opositó al Cuerpo de Inspectores de Hacienda. Sacó una plaza y ejerció en Aragón durante una década. Ahora es socio director de la delegación regional de la firma Auren.

«En todos estos años he tenido ganado bravo y he criado caballos árabes, yeguas españolas y yeguas inglesas, pero nada me gusta tanto como los burros -asegura Cortés-. ¿Por qué? Creo que por simpatía hacia un animal que siempre ha estado mal visto y por mis propias capacidades: con el asno me atrevo, pero el caballo me impone mucho respeto».

Su primera burra la compró a un pastor de Teruel en 1989 por 8.000 euros de los de antes. «La llamé Fe. Las dos siguientes fueron Esperanza y Caridad», recuerda divertido. Todas eran ganado de la tierra, y vivieron en Cantavieja hasta que el grupo creció y su dueño decidió trasladarlas primero a Sabiñánigo y luego a la finca La Altura de Pastriz.

Cortés ha pasado cientos de horas viajando por ferias de ganado de toda España con un pequeño camión en busca de burros y burras que puedan darles la descendencia deseada: animales de pelaje claro, lomos rectos, orejas grandes y puntiagudas... También han comprado asnas de raza moruna en Bulgaria y Rumania. El resultado es una ganadería con 130 madres y 25 crías. Tiene algunos mulos, pero la verdadera joya de la ganadería son los sementales: un poni indio de raza apaloosa, un caballo de los fiordos, noruegos y, sobre todo, tres garañones píos afroandaluces que son su perdición.

La mayor burrada

«Se llaman Rondeño, Serrano y Clásico -dice-. Al primero lo compré en Ronda y al segundo en Huelva... Lo de Clásico es otra historia». Cortés viajó hasta Sevilla para ver un animal del que había oído maravillas, un asno perfectamente domado que tiraba de una calesa para turistas, y se quedó admirado.

«No voy a confesar cuánto pagué por él, pero es la mayor burrada que he hecho nunca por mis animales», reconoce huidizo. Al menos da una pista: le costó menos de lo que vale un coche. «Aún no ha nacido ningún hijo de Clásico, pero con su descendencia espero crear un encaste propio». Sus palabras suenan como las de un mayoral de toros. «Es que, aunque sean asnos, mi labor es la misma que la de un ganadero taurino», señala con la mayor naturalidad.

Cortés asegura que, estando él presente en la compra, jamás le han dado gato por liebre. «En cuanto salgo de la oficina y entro en faena, soy más truhán que nadie. Tengo muchas horas de oficio», avisa. Sin embargo, también recuerda pequeños fracasos como El Ilustre.

«El Ilustre era un garañón catalán que Esquerra Republicana de Catalunya le regaló al Rey hace unos años -cuenta-. No sé cómo, pero aquel animal acabó en una subasta pública del Ejército y yo lo compré». El asno tenía un temperamento muy fuerte, y al ir a meterlo al camión se escapó y se lanzó de frente contra el caballo de un capitán. El pobre animal se desbocó y el militar acabó en el suelo con su uniforme hecho un cromo. «Al llegar a la finca seguía igual de terco, así que en una semana se lo vendí a otro tratante que se lo llevó de vuelta a Cataluña», recuerda.

Pese a todo, Cortés asegura que el burro y el mulo son animales dóciles y cariñosos. «No sé si su fama de tontos está justificada, pero creo que no», opina. Siempre que puede -una vez cada tres días-, este inspector de Hacienda se escapa a la finca La Altura para ver a su otra familia. «Por suerte, a mis dos hijos, sobre todo al mayor, a mi mujer y a mi suegro también les gusta lo que hago. Esto es una especie de empresa familiar».

«Soy el tío más feliz»

Si algún viaje le aleja por unos días de Zaragoza, lo primero que hace al volver es visitar su ganadería y acompañar a los peones a la hora de estabular a los animales. «A mí me cuesta muchísimo madrugar, soy de los que dan mil vueltas antes de levantarse, pero los sábados, a las siete de la mañana, estoy como una rosa camino de una gasolinera -comenta-. Allí me junto con otros dos tratantes. No quedamos, pero nos buscamos. Luego nos pasamos una hora contándonos mentiras y cada uno se va a lo suyo. En esos momentos soy el tío más feliz del mundo».