Recuerdos de un masino (Continuación)
Jesús Serrano Serrano

En agosto de 1999, publiqué algunos de mis recuerdos de infancia vividos en Mas de las Matas entre los años 1939-1950.

De mi etapa de escolaridad, recuerdo que las primeras letras se impartían en un local situado junto a donde ahora está el monumento al Tío Chapa y que esta clase de párvulos era dirigida por Pilar, de la que guardo un agradable recuerdo.

En las Escuelas Nacionales, asistí hasta 1950, fecha en la que me vine a Barcelona.

En la memoria, aún queda presente el obligatorio canto de Cara al Sol, formados en el patio, antes de comenzar las clases que impartían D. Felipe y D. Fernando.

En mi etapa de monaguillo, conocí a D. José Mª, de quien recuerdo abandonaba el confesionario por tener necesidad de salir a fumar junto a los posibles feligreses que esperaban en la calle el tercer toque de la campana.

Me consta que tuvo que abandonar precipitadamente la Parroquia y marchar a Zaragoza...

Vino luego como Párroco D. Camilo, quien se quedó alucinado al comprobar el primer día que oficiaba misa que nosotros los monaguillos, las contestaciones en latín a sus plegarias las desconocíamos por completo porque nadie nos las había enseñado. Nos dio clases en su casa y empezamos a desentrañar los extraños latinajos que hasta entonces sólo habían sido murmullos y un mover de labios que más o menos se correspondía con la duración de las contestaciones.

En esta etapa, acompañé al párroco a dar el viático a una señora que en un intento suicida se había arrojado a la calle en Santa Lucía y que por poco me cae encima ya que casualmente me encontraba allí. Recuerdo sus convulsos movimientos en el suelo y cómo el cura le dijo que fuera con cuidado que por poco mata al pobre monaguillo.

Asimismo de cómo acudimos al cementerio para el entierro del Peón Caminero que cayó de un cerezo en la carretera y se mató. Tengo muy presente como recuerdos de infancia que no se borran cómo le salían de los bolsillos algunas cerezas... Suena a macabro pero es la realidad.

Y cómo de vez en cuando acudíamos a la ermita de Santa Flora, donde vivían los ermitaños que la cuidaban con sus dos hijos, que se escondían en cuanto se acercaba alguien a la ermita. Curiosamente al hijo me lo encontré en Barcelona en 1978 trabajando como ebanista para una importante Entidad deportiva de esta ciudad.

Son recuerdos de un masino, que aunque fuera del pueblo desde 1950, cada vez se acuerda más de su origen y sigue con interés todo lo que se publica en EL MASINO. Debe ser cuestión de añoranza o simplemente de los años.