Charradicas
Miguel Ángel Royo Sorribas

Si viniera el comendador de verdad y se presentara en el pueblo después de estar fuera tres siglos se quedaría de piedra, con lo que se podría proponer su colocación con una grúa en la fachada de la iglesia. Si amaneciera por aquí el comendador de verdad se quedaría maravillado de que los descendientes de aquellos a quienes sisaba parte de la cosecha, ahora le homenajeen y le recuerden como a un héroe.

Foto de archivo

Quizá se enorgulleciera al reconocer por la carica a una veintena de parientes directos, porque ya se sabe que el comendador se prodigaba a diario de forma seminal con todas las doncellas. Al ver el anagrama de su regreso no entendería las cenefas y pensaría que el artista quiso destacar su hombría. Se sorprendería al ver el pueblo lleno de infieles árabes, de herejes centroeuropeos y de iberoamericanos que buscan aquí el Dorado y que aún así nadie proponga ya el uso de la horca.

Se extrañaría de que una semana, si es cultural, tenga dieciséis días. O que para arreglar los baches de los caminos de asfalto se utilice barro, como ha investigado Juanjo de Juanjo Sport, que me dice que eso ponen ahora los camineros. Cuando le contáramos que se van a hacer nuevos regadíos le parecería muy bien, pero cuando le lleváramos a las Pedrizas y comprobara que el riego no se pretende con el río en la huerta, que eso poco a poco se ha de quedar todo yermo, sino que se hará con un sondeo de aguas subterráneas en el monte, el hombre diría que los tiempos han cambiado mucho y que no entiende ya nada, o pensaría que a los del Mas nos falta un riego de verdad, y que va a ser cierto lo que se sospechaba ya en el siglo XVIII, que tanto loco en un pueblo tiene que ser por el agua de boca.

También pensará que somos de poco espabil si le llevamos a la desembocadura del barranco en el río, donde se han hecho unas obras con mucho hormigón, mucha curva en eslalon y poca idea para que el día que baje furiosa el agua de la tormenta se lo lleve todo a hacer puñetas.

Fácil que si le enseñáramos EL MASINO y las dependencias del GEMA, pensara que sólo somos una cuadrilla de camanduleros, y le pareceríamos ridículos por no ser capaces de acabar una casa para el Museo en cerca de diez años. Cuando nuestro portavoz le explicara pormenorizadamente el embolico de ideas del espacio museo, el comendador se armaría un empandullo en la cabeza que habría que llevárselo al centro de salud. Si tanto se le convoyaba es posible que recordara sus fueros y señalara a la más guapa para llevársela a dormir, con lo que el novio de la chica le tendría que dar una colleja y pararle los pies.

Si el comendador se presentara de golpe en la callejuela, la Justa, que ahora es la mujer más feliz del mundo, le presentaría orgullosa a su nieto Javier, el niño recién nacido de su Belén.

Si viniera el comendador de verdad el próximo septiembre también se sorprendería de ver tanto mosquetero en su fiesta, porque es posible que no hubiera visto ninguno en su vida. Al final, quitándole trascendencia a su vuelta, seguro que agarraría una cogorza en la taberna del Asma y acabaría cantando jotas con el Juanín, disfrazado de inquisidor y con el Ramón Zaera disfrazado de comendador.