Qué son veinticinco años

Francisco Ros Arner

Han pasado veinticinco años y muchas cosas. Algunas se intuían y otras nos han sorprendido. Ni en nuestros mejores sueños imaginábamos un mundo con ordenadores, móviles ni internet.

El primer televisor “a color” que vi fue uno en blanco y negro al que le habían colocado papeles de celofán rojo, azul y verde delante de la pantalla. Y ciertamente en blanco y negro no se veía. En color, no sé; pero en blanco y negro, no. También agradecimos mucho ver llegar a casa el microondas: ¡por fin se acabó el calentar la leche en la cacerola! ¡Y qué buenos salían los platos precocinados! Estuvimos ansiosos unas cuantas semanas a ver si sintonizábamos los nuevos canales privados de televisión. Primero se oían, pero no se veían. Luego se veían, pero mal. Al final los vimos y nos gustaron. Por fin la televisión podía entretenernos, aunque no viéramos nada en concreto: simplemente cambiando de canal y volviendo a cambiar. Pronto vino un amigo del extranjero y nos dijo que eso era hacer zapping. Pero tanto canal nos daba dolor de riñones cada vez que nos levantábamos del sofá para ver qué echaban en los otros canales. Hasta que llegó el mando. Eso sí que fue un invento como Dios manda: cambiar de canal con un solo movimiento del dedo y, sobre todo, que no nos lo quitara nadie de la mano, porque entonces sí que perdíamos el mando y el Mando.

Pero no todo han sido inventos. También hemos visto avanzar la medicina y la investigación. Los partidos políticos, sindicatos y asociaciones empresariales han alcanzado un alto grado de madurez. Ha mejorado la educación y la sanidad. Las carreteras son más anchas y más rectas. Hay trenes que van muy rápidos, aunque se llamen aves. Dijimos adiós a la peseta y ahora tenemos el euro, que nos trae de cabeza para llegar a fin de mes. El asociacionismo ha ido creciendo en nuestra sociedad hasta tal punto que ya condiciona muchas de las decisiones políticas que se toman en nuestras instituciones. La cultura ocupa ya una buena parte de nuestro tiempo de ocio. Los periódicos y revistas son ventanas abiertas a la opinión de todos. El mundo rural se despereza. Y todos sentimos que estamos en el camino de mejorar.

Hemos visto gobiernos de casi todos los colores, solos o en compañía de otros. A veces nos hacemos un lío porque en Madrid hay un gobierno de un color y en Zaragoza hay otro gobierno de otro color. Y tampoco sabemos muy bien qué obligaciones tiene cada uno, pero no hay que preocuparse por ello porque son muy pocos los que lo saben de verdad. Aunque convendría hacer un esfuerzo para poder pedir explicaciones a cada cual. Nos da la sensación de que el Gobierno de Aragón tiene cada vez más competencias (sanidad, educación, carreteras autonómicas, agricultura, juventud, asuntos sociales, ordenación del territorio, caza y pesca, museos, bibliotecas, archivos, patrimonio cultural, turismo, deporte), pero también sabemos que el Gobierno de la nación influye en nuestras vidas a través de la política exterior, la política de defensa, la justicia, las infraestructuras de interés general (carreteras nacionales, planes de regadíos, gestión del agua, ferrocarriles). También vemos que los ayuntamientos se mueven, aunque a veces no lo parezca. Y desde hace poco contamos con comarcas para aunar esfuerzos y acercar las decisiones al ciudadano, aunque habrá que parar cuenta no vaya a ser que haya algún ciudadano que pretenda acercarse demasiado. Ya sabemos que la carne es débil y los dineros de todos son muy apetecibles por muchos.

Seguimos teniendo problemas, pero es cuestión de tiempo el solucionarlos. Cuestión de tiempo y unión de voluntades, claro. Nuestras carreteras siguen teniendo demasiadas curvas y con baches de a palmo. La sanidad necesita esfuerzos presupuestarios para que desaparezcan las listas de espera y aumenten sus prestaciones. La educación está falta de recursos. Nuestras comunicaciones son muy flojas si las comparamos con nuestros vecinos. No tenemos salida hacia Europa ni por autopista ni por ferrocarril. La justicia es lenta y a veces sus decisiones nos sorprenden con desagrado. Se nos pide solidaridad con otros territorios hermanos, cuando nuestra tierra ha dado en las últimas décadas la mayor prueba de solidaridad posible: ver marchar a numerosos vecinos, parientes y amigos para poder conseguir lejos de su casa lo que aquí no podían conseguir (mayores expectativas laborales, desarrollo personal y familiar, mayores rentas). Y todo porque cuando el Gobierno reparte los dineros del presupuesto, a nosotros nos toca lo que nos corresponde, o sea, poco porque somos pocos. Y como cada vez somos menos, pues tocaremos a menos.

Pues sí, han pasado muchas cosas durante estos veinticinco años. Unas buenas y otras malas. Pero es esperanzador ver que proyectos como el de EL MASINO siguen gozando de buena salud. Así que vayan mis felicitaciones a los que lo han hecho y lo hacen posible. Os deseo una celebración de los veinticinco cumpleaños muy feliz por el trabajo bien hecho y animo a todos a la participación porque sólo participando todos se alcanzan las metas. Felicidades.