El primer jabalí del año
Evaristo Espada

“Dedicado a Victor Manuel Edo Salvador, porque le prometí aquella noche que si al día siguiente cazábamos un jabalí escribiría esta crónica. Aquí la tienes a modo de pequeña historia para que la disfrutes y la recuerdes.”

Aquel sábado 5 de octubre quise poner en orden los preparativos de caza del día siguiente. Avanzada la tarde, me encontré con Manuel Edo en la huerta trabajando en su masía, adivinó mi pregunta antes de finalizarla, y me contestó que él aún no sabía nada de los cazadores pero intentaría hablar con ellos y me diría algo. Lo que sí me aseguró fue que ese día había visto rastro fresco de un jabalí grande en sus almendreras.

Yo no sé si Manuel sabe lo famosa que es su balleta de almendreras para los cazadores de su pueblo, pero puedo asegurarle que cuando se trata de cazar cochinos por aquella zona, es una de las fincas más nombradas.

Allí mismo quedé con él para tomar café por la noche en el bar, y eso mismo hice, acabada la cena me acerqué a La Pilarica, al cabo de un rato llegó con Pili su mujer e iniciamos nuestra conversación. La novedad más importante fue que la mayoría de los cazadores jóvenes estaban de boda y aunque aún no había visto a ninguno, creía que lo avisarían para el día siguiente. No obstante me comentó que el domingo a las siete y media de la mañana pasara de nuevo por allí, porque solían ir a tomarse unos cortados para el desayuno, y a mí me pareció muy bien. Manuel y Pili se quedaron jugando al Rabino con Antonio y Gaudi, y yo antes de marchar a dormir le dije que a ver si teníamos suerte y cazábamos un jabalí como el año anterior. Él me contestó: - pues eso.

El domingo por la mañana me levanté temprano y cuando llegué a La Pilarica recién abierta, Manuel ya estaba allí. Lo primero que me dijo fue que igual no venía a cazar porque tenía que ir a coger almendras, pero que algún otro cazador llegaría pronto.

Y así fue, a las siete y media llegó el Javier Juste, nos saludamos, se tomó un cortado con nosotros, pagó la ronda, y le pregunté por sus planes de caza. Nos contestó que él se iba al monte, me alegré por ello y le dije que yo me iba con él. Le pareció muy bien y empezó a hacer planes con la estrategia muy clara para ir a cazar los tres juntos. Manuel dudaba entre marchar a trabajar o ir de caza, pero al final decidió venirse con nosotros y yo me alegré muchísimo más.

Javier y yo marchamos a buscar los perros mientras Manuel fue a su casa a buscar el coche y el arma. Ya en la perrera los cargamos en el remolque, y Manuel y yo abriendo camino con Javier detrás, salimos al monte a cazar.

Nuestra primera inspección fue la Balsa del Herrero, y en los bancales más próximos a ella ya encontramos mucho rastro fresco de un cochino grande que había comido allí esa noche. Seguidamente, Manuel y yo atravesamos su famosa finca de almendreras y nos colocamos a esperar en la parte alta del barranco, él arriba y yo más abajo, rectificando un poco mi posición para tener mejor visibilidad.

Javier soltó los perros y esbarró muy animado hacia nosotros. Esa mañana yo estuve muy a gusto vigilando en mi puesto, hasta que más tarde empecé a escuchar el jadear de los perros pero nada más. Poco a poco Javier se fue acercando con ellos hasta encontrarse conmigo, comentando que él no había visto nada ni los perros tampoco.

Aquello clarificó nuestras ideas, el guarro buscado en la zona había burlado nuestra presencia muy fácilmente permaneciendo encamado en cualquier otra.

Como el cazador siempre ha de seguir buscando la suerte, cambiamos de rumbo y nos desplazamos a pie para cazar la Umbría de la Zorra. Manuel me colocó al final en la curva del barranco y él marchó al siguiente quedando un poco más alto. Javier esbarró con los perros aquella larga ladera pero ninguna raposa quiso acercarse hasta mi espera, y por supuesto tampoco ningún jabalí.

El que buscábamos de nuevo había sabido esconderse con total sigilo.

Cuando los perros iban a llegar a la punta del cabezo más alto, un solitario perdigacho voló como un avión a ojeo aquella inmensa ladera abajo perdiéndose de vista muy lejos. Javier Serrano es un cazador del pueblo que conoce como vuelan las perdices, y sabe muy bien lo que quiero decir.

Regresamos para coger los coches y miramos de encontrar más rastros en los bancales de labor. Desde allí hacia arriba subían tres cochinos pero no esa noche, y hacia abajo encontramos el rastro reciente de otro guarro grande, por lo que decidimos hacer una nueva esbarra en dirección a Los Cabanes. Manuel y yo nos dirigimos a nuestros puestos y a mitad de camino nos encontramos con Hilario, el pastor del Eduardo, paramos el coche y casi en serio nos dijo: - ojo de matar nada. Mi compañero le preguntó si había visto algún jabalí y nos dijo que no, solamente había visto subir al Perdiguer con el coche en dirección a su finca.

Cuando llegamos al primer bancal de la val dejamos el coche y continuamos a pié. Manuel me puso a esperar detrás de un enebro que hay en el ribazo al final del pinar y de la espesa maleza, y no tuve ninguna duda, podría tirarle a placer a cualquier cochino que entrara. Él marchó a esperar al canto más alto soplando aquella pendiente arriba.

A las doce menos cuarto escuché muy claramente que Javier había disparado tres tiros de escopeta en cuatro segundos. Y al cabo de un momento oí desde el pinar unas voces lejanas que después se escucharon algo más cercanas. Javier nos gritó: - ya está muerto.

Aquello me sentó muy bien. Llamé a gritos a Manuel que acababa de llegar a la cima, bajó rápidamente sin descansar, y le expliqué lo que había escuchado minutos antes.

Regresamos por el camino viejo y tras llamar a Javier varias veces, al final lo encontramos en la pista junto al coche dando de beber a los perros. Nos dijo muy contento que el guarro estaba muerto dos vaguadas más adelante. Manuel y yo dejamos las armas junto al remolque y nos apresuramos a ir a buscarlo, pero Javier llegó un poco antes donde estaba el jabalí y allí mismo nos explicó los detalles del lance.

Realizada la suelta uno de los perros encontró rastro en el primer bancal, y Javier pensó que se trataba de un conejo, pero un leve ladrido puso en guardia al resto de los perros que salieron tras el primero a toda carrera. Nuestro compañero todavía sin ver nada intuyó que habían sacado el cochino, arrancó a correr tras ellos, y cuando se asomó al canto los perros ladraban en el pinar de la siguiente vaguada aguantando al guarro. Se acercó a cinco metros, se miraron ambos fijamente, le tiró con la escopeta, y todo y que con el primer tiro ya dio la voltereta, le disparó dos más para que no se levantara.

Esta vez la estrategia del jabalí se vio superada por nuestro entusiasmo, y a la tercera fue la vencida.

Javier no podía disimular que estaba contento y hablando resultaba mucho menos reservado. El animal era un macho que pesaba alrededor de 65 kilos, malo como trofeo pero muy bueno como cochino, de piel algo canosa y no demasiado grande para ser tan viejo. Yo creo que era el mismo del rastro solitario que encontramos los dos últimos días. Intentamos subirlo al coche aquella cuesta arriba pero nos resultaba difícil. Manuel fue a buscar un cuchillo para castrarlo y una cuerda que finalmente no utilizamos, entonces como el guarro ya pesaba menos lo arrastramos entre los tres, lo cargamos encima del remolque y nos resultó problemático recoger los perros, pero finalmente todo quedó en su sitio.

Fuimos a buscar el otro coche y Javier marchó delante directo a la perrera, y nosotros tras él. A mitad de camino volvimos a encontrarnos con Hilario que no le quitaba el ojo de encima al jabalí, y nos preguntó que donde lo habíamos matado, le dijimos que estaba muerto algo más arriba y allí quedó incrédulo con la boca abierta sin responder.

Regresando al pueblo Manuel me dijo: - te marcharás contento hoy, y le dije que sí.

Ordenamos los perros y bajamos al bar Delicias a tomar unas cervezas. Paramos junto a la puerta y allí mismo el Javier Cañada se encontró con nosotros y se unió al grupo, mientras tanto, la gente en la calle miraba con suma curiosidad nuestro cochino muy bien colocado en el carro, y seguidamente entre Manuel y Javier lo arreglaron en un periquete en el Matadero Municipal.

Javier y el Cañada se marcharon los primeros, Manuel me insistió para que me llevara la carne esa misma tarde y acepté la sugerencia.

Después de comer volví a buscarla, troceamos el guarro, recogí mi parte, le pagué las tasas del veterinario, y le di las gracias por acompañarme. Luego esperé al día siguiente para saber que su carne sería buena y aprovechada deliciosamente para el consumo.

Manuel, aquél día me marché a casa algo más que contento con un nudo en mi garganta, y me acompañó en el viaje una gran sensación de felicidad.

Porque abatir un viejo jabalí solitario en el monte del Mas, por una sola escopeta de las tres que osamos salir en su búsqueda, no es tarea fácil y tiene mucho mérito.

Te lo dice muy sinceramente este cazador para quien en los ratos de ocio, la caza es y seguirá siendo la pasión de su vida.