La historia de Aragón y sus historiadores
Eloy Fernández Clemente

«El viejo reino de Aragón ha desaparecido. Ahora tenemos que inventar otro, desde otra perspectiva, y con la misma aspiración de libertad de antaño» (Vicente Martínez Tejero)

En esta tierra se hace Historia, pero no se la estudia. Se mira al pasado, y no entronca con el presente y el futuro. Tuvimos y tenemos grandes historiadores, pero poco leídos. Y no siempre bien avenidos. Apenas se hacen biografías ni memorias. Casi nadie sabe quiénes son los personajes de las estatuas o las calles, los cuales, la verdad sea dicha, no siempre fueron homenajeados con justicia. Cuando se mira hacia atrás, casi siempre es para agarrar y utilizar un tópico (es debilidad de los políticos), rara vez como ejemplo o para suscitar un buen debate.

Un repaso a algunos de los grandes temas de nuestra historia, con brevísimos comentarios, quizá nos ayude a repensar cómo estamos en este arte de la diosa Clío: pienso que en su construcción, hoy, un notable muy alto; en su difusión y conocimiento colectivo, ni para aprobado raso...

1.- Los orígenes de lo que sería Aragón han sido muy bien estudiados (Beltrán, Fatás y otros muchos). No tanto el pasado musulmán (Turk, Viguera), aunque sí su legado artístico (la Aljafería, el mudéjar) y cultural (Avempace), o el mundo judío (Ibn Gabirol). Gentes como Granja y Corrientes (émulos de los grandes arabistas aragoneses), Gonzalo Borrás, Joaquín Lomba, Motis, han hecho un enorme esfuerzo en cambiar el signo y el olvido para esos otros aragoneses que forjaron, entre todos, como señalara Américo Castro, senda común.

2.- El reino cristiano, en cambio, tuvo y tiene buenos estudiosos, desde los primitivos condados y reinos (incluidos los mitos del árbol de Sobrarbe y en torno a San Juan de la Peña, la Campana de Huesca, etc.) a la reconquista y población, fueros y cartas, órdenes militares, etc. La laboriosidad y honestidad de los Lacarra, Ubieto, Durán Gudiol, Ledesma y sus grandes discípulos, ha acabado con los tópicos y abierto brecha en ignorancias y misterios.

3.- Muy controvertido es el papel de Aragón en la Corona, desde el reparto de poder del nuevo estado a los grandes símbolos. El Justiciazgo, las Cortes, el enfrentamiento nobiliario de la Unión (batalla de Épila), el Compromiso de Caspe, son asuntos de enorme importancia, casi siempre polémicos y con diversos enfoques. También los tiene el rey Fernando el Católico, eminente político bien poco aragonés. Canellas y San Vicente y, en la nueva hornada, Sesma, Sarasa, Redondo, o el marginado y valioso González Antón, han navegado con prudencia y rigor por terrenos pantanosos.

4.- La Inquisición, inundada su historia de tópicos y leyendas «de uno u otro signo»; desbrozado aún sólo a medias nuestro papel en América desde el Descubrimiento a nuestros días; ensalzados sin divulgarlos los grandes humanistas (Zurita, Servet, Molinos, los Argensola, Gracián, y el frecuentemente olvidado Calasanz), a nuestros siglos XVI y XVII les ha ocurrido lo que a los hermosísimos palacios renacentistas y los fastuosos templos barrocos: sólo muy recientemente, si han sobrevivido a la incuria y la cal, se les recupera y valora. Los conflictos, casi siempre de origen social (bandidaje, expulsión de judíos y moriscos), pero otras veces de altísimo voltaje político (alteraciones y muerte del Justicia, etc.), han ido siendo rescatados, descritos y explicados. Colás, Salas, Armillas, Serrano y unos cuantos más han contribuido a ello de modo discreto y tenaz.

5.- La Ilustración y crisis del Antiguo Régimen es uno de nuestros periodos principales, a pesar de la pérdida de la condición de reino. La importancia de personajes y obras como las de Aranda, Pignatelli, los Azara, Goya o los grandes economistas, explica muchas cosas. El mito de los Sitios va camino, al fin, de ser limpiado de patrioterismos fáciles, y otro tanto comienza a ocurrirle al carlismo. De ello han sido responsables, en el primer caso, los Olaechea y Benimeli, Forniés, Pérez Sarrión o yo mismo, y en el segundo pulcros estudiosos como Lafoz, Franco y Rújula.

6.- Aunque se ha trabajado algo sobre liberalismo y progreso económico, desamortizaciones, industrialización, y sus correspondientes cambios políticos, el siglo XIX sigue siendo uno de nuestros grandes desconocidos. Algo mejor andamos sobre la etapa final, de Restauración y regeneracionismo (Joaquín Costa) o sobre fenómenos como el republicanismo y el movimiento obrero, gracias a importantes trabajos de C. Forcadell, C. Frías, Luis Germán y V. Pinilla, J.R. Villanueva, Cheyne y un largo etcétera.

8.- El siglo XX ha recibido estudios muy desiguales. A zancadas se ha avanzado sobre el aragonesismo, el crecimiento económico desigual, riegos y trenes, anarquismo, socialismo y comunismo, y, aún con grandes lagunas, la República, Guerra y exilio. En ello anduvieron algunos de los ya citados y Antonio Peiró, J. Casanova y otros muchos. Hora es de aludir a la gran labor complementaria, tributaria de la historia total deseable, de los «otros historiadores», de la Literatura en todas sus facetas, el Derecho, la fotografía y cine, la música y el folklore, etc.

9.- El franquismo y la transición son la gran asignatura pendiente. Trabajos demasiado puntuales, sin visión panorámica, o demasiado ligeros, aún cunden el miedo, la desinformación, los archivos rotos. Apenas los excelentes trabajos de Ruiz Carnicer, alguna monografía o tesis, artículos imprecisos de prensa o revistas. Está casi todo por hacer. Y nos lo están escribiendo otros: en la monumental (casi mil grandes páginas) Historia de la democracia de «El Mundo», no aparecen ni Labordeta, ni Gastón, ni Hipólito, ni Marraco... El ombligo sigue en Madrid, con algo de cerebro catalán, vísceras vascas y sal andaluza.

10.- Así las cosas, hasta hace bien poco, la enseñanza de nuestra Historia dependía más de la preparación individual, autodidacta casi siempre, y de la voluntad de los profesores de primaria y media, que de una decisión política y cultural. Soplan malos vientos sobre el estudio, en general, de la Historia, aunque en otras comunidades llevan, ya ven para qué servía el 151, una docena de años de ventaja sabiendo quiénes son, por qué, y hacia dónde caminan. No nos pase lo que decía Félix de Azúa, que «cuando ya no es posible pensar en algo, entonces escribimos su historia; las historias son siempre póstumas»

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Hay, en esta breve reflexión, nombres omitidos: algunos débense a la mala memoria (esto es un ensayo a vuelapluma); otros, negaron la mera posibilidad de hacer historia aragonesa, o la hicieron tan reaccionaria que más vale el olvido. Otros, en fin, son de esa legión de los más jóvenes, menores de cuarenta años, con obra ya muy cuajada, nuestra gran esperanza. Éstos hablarán, y pronto, por sí mismos.