Descentralicemos
Antonio Serrano Ferrer

Somos europeos, españoles, aragoneses, turolenses, del Bajo Aragón y masinos. Está claro que esta múltiple organización favorece una adecuada administración cercana y eficaz. Se acabó el centralismo y el “vuelva usted mañana”. Nadie conoce mejor la realidad que aquél que está en ella.

Pero puestos a ser eficaces propongo un escalón más dentro de la organización político-administrativa: la calle.

En nuestro pueblo las calles son de unas dimensiones espaciales y poblacionales que permiten conocerlas en profundidad y conocerse los habitantes de las mismas. Porque ¿acaso uno de la calle Alta sería capaz de detallar necesidades, ilusiones y proyectos que tienen los domiciliados en la calle Teruel? Creo que todos afirmaremos que no. ¿Tal vez desde un Ayuntamiento centralista (en el sentido que está en medio del pueblo, más o menos, no por otra cosa) se puede abarcar el conjunto en su plena globalidad? Imposible. Por eso hay que descentralizar y transferir competencias, medios y personal a “la calle”, como organismo autónomo de gestión. Más de uno creerá que esto es un sueño irrealizable. No es así, y los beneficios serían múltiples. Veamos un ejemplo en una calle concreta.

Podríamos elegir la de Las Norias, ya que su tamaño es intermedio entre don Agustín Plana Sancho y san Vicente Ferrer. Los habitantes de dicha calle llevan todos gran cantidad de años compartiendo el mismo territorio y han llegado a tal grado de conocimiento que, cuando se oye abrir o cerrar una puerta, todos, aunque estén viendo la televisión, la saben identificar. Y no digamos si en la paz de la noche se oye una tos en la lejanía. Hasta los más pequeños reconocen a ese convecino que necesita urgentemente un jarabe.

El organigrama sería muy sencillo: entre los vecinos mayores de 14 años (¡Hay que dar juego a la juventud...!) se procedería a elegir a Su Serena Señoría, máximo representante político que presidiría la Asamblea de Sabios Vecinos y el Gobierno de la Calle para la Calle. El resto de cargos (es fácil que hubiera para todos y se tuviera que pedir ayuda a los de San José) sería por sorteo, porque todos reúnen las condiciones de idoneidad y elegibilidad, evitando así los gasto de la campaña electoral.

Mientras se rehabilitaba alguno de los edificios centenarios que todavía se pueden admirar, se ubicarían todas las dependencias en la entrada del electo Su Serena Señoría. En la fachada del edificio el viento acariciaría la bandera que, aunque se aprobaría por consenso, podría tener el fondo azul y sobre él, en el centro, una gran noria en plan antiguo y en los cuatro ángulos cangrejos rampantes (del terreno, los americanos no valen), símbolo de un pasado no muy lejano que, cuando se escombraba, se recolectaba este crustáceo en la acequia. El himno debería expresar fortaleza, valentía, nobleza y amor a su calle. En algún momento deberían oírse al fondo unos sonidos de campana (y puestos a elegir, de la gorda) y el canto vigoroso de una gallina (cualquiera de las del Juan Manuel lo haría bordado). No conviene que sea muy largo ni en tono muy alto, ya que la edad de los habitantes no les permite muchos gorgoritos.

No sigamos por el aspecto organizativo ya que lleva tiempo, reflexión, pactos, consenso, acuerdos y buena voluntad. Pero ¿qué puede ofrecer la calle Las Norias al visitante? Casi todo. En ella el turista puede admirar, junto a la tradicional construcción de tapial centenario, los nuevos aires de la arquitectura del siglo XXI. Admiraría este visitante la variedad de gallina autóctona en el corral del Juan Manuel. Ejemplares de gallinas de gran prestancia, paso elegante, canto sonoro y metálico, un plumaje de los que ya no quedan y un picotear que recuerda otras épocas. Tal vez, si se hiciera en los archivos una investigación seria y rigurosa, encontraríamos que el famoso huevo de Colón fue puesto en cálido nidal por una antepasada de estos ejemplares. Igualmente admiraría la joya de la construcción que es la acequia. A través de rejillas que se abrirían, vería el lento discurrir de las aguas lamiendo los cimientos de los edificios con tal cariño que en nada los perjudica.Podría también sentarse en el único banco que se dispone y admirar el paso lento y señorial de más de un gato; escuchar el dulce gorjeo de diversos tipos de pájaros e intentar identificarlos; admirar en las plácidas tardes primaverales el ir y venir de los gorriones a los agujeros de la pared, construyendo amorosamente su nido; sorprenderse por la musicalidad especial y característica del sonido de las horas, campanadas graves, rítmicas, acompasadas, justas (Las de las 12 son las mejores para valorar bien el asunto).

Y cuando llegase al punto en que la calle se entrega plena y amorosamente a la Avenida de la Constitución, siempre habría un vecino que, con profusión de nombres y fechas, le mostraría los restos de los muros defensivos levantados por bizarros antepasados nuestros en la primera mitad del siglo XIX, muros sencillos, fruto de la tierra y su sudor, pero suficientes para que el Tigre del Maestrazgo nunca tomara nuestro pueblo.

¿Aún puede haber alguien que le parezcan pocos los méritos expuestos? Los creo suficientes, pero se podría añadir que uno de los huertos linderos con la calle (está documentalmente demostrado) era del abuelo materno del insigne P. Benito Feliú de San Pedro. ¡Cuántas tardes, después de realizar sus deberes escolares, pasaría el niño Benito en busca de su abuelo! ¡Qué escenas más entrañables las del anciano que le da parte de su merienda a su amado nieto! Impresionante.

Y Baltasar Mateo, el escultor, pasó muchas tardes de su senectud en el carasol de la calle Las Norias. Allí rememoraba sus años mozos y describía detalladamente a los contertulios cada una de las obras que había realizado en los pueblos cercanos. ¡Cuánto pasado y cuánta historia guarda esta vía urbana aparentemente humilde!

Finalmente y para no alargar el tema (que ya es bastante) ¿has reparado en el trazado de la calle?. Lo fácil es seguir la línea recta, pero aquí no es así. Una leve curva le da un encanto especial. Lo mismo ocurre cuando la calle quiere convertirse en plaza a la altura del nº 8 y se produce una ruptura de líneas muy característica del barroco.

Como se puede deducir de todo lo expuesto, hay que promover “la calle” como entidad administrativa y de gestión. Es el paso que nos queda y hay que darlo con valentía y decisión. Habla con tus convecinos, aporta sugerencias, piensa a quién vas a dar tu voto, prepara el listado de solicitudes. El futuro puede ser rico y fecundo en logros ahora impensables. La utopía será realidad. Amén.