UNA MUCHACHA LLAMADA...ALEGRÍA
Laura Mormeneo Navajas y Silvia Borrás Lecha

Este pequeño cuentecillo no empieza por: "Érase que se era", ni tampoco por "Había una vez"; son términos ya... bastante usados y aburridos y, a todo esto, el cuento empieza así:

Era medianoche, Ana estaba aburrida, como siempre, pero esta vez no estaba del todo, del todo, digamos, muerta de aburrimiento. Esta vez estaba ensimismada en sus cosas; a ella no le importaba que mañana se la llevaran para un mundo completamente distinto al que ella acostumbrada a vivir, un mundo lleno de caras nuevas, de trabajo, de agobios, y de pasar bastante frío. Tumbada en su cama aguarda a que pasen las horas, los minutos, los segundos.

-¡Ana, holgazana! ¡Como no te levantes te doy una patada en el trasero!

Pero Ana ya estaba despierta hacía rato. Hoy es su decimotercero cumpleaños, pero lo mantiene en silencio porque está segura de que nadie se va a acordar. A ella le da igual, sigue tan alegre y risueña como siempre.

Cuando ya ha decidido levantarse, se pone su pequeño vestido de saco, hecho por ella misma, se remienda las arrugas del cinturón de cuerda y se pone sus albarcas medio rotas.

Sobre la mesa estaban ya tía Margarita y tío Bernardo comiéndose la tostada mojada en leche, atentos al televisor, ellos y ese putrefacto aparato son inseparables; la tele por aquí, la tele por allá, no paran. A Ana le parece una auténtica pérdida de tiempo pasarse horas atentos a un cristal, pero así son los adultos.

Después de almorzar un escaso y caducado vaso de leche, tía Margarita le dice que ya puede coger las maletas y largarse. Sin una despedida ni un sollozo, con la cabeza bien alta, se dirige con sus dos diminutas maletas al mundo exterior, un mundo desconocido para ella.

El penoso estado económico de sus tíos les ha obligado a llevar a Ana a un centro de acogida, pero eso es lo que ellos se creen. Ella no sabía a dónde ir pero a un repulsivo centro de acogida no iría, eso lo tenía claro.

Hacía frío, un frío cortante, irritante, tal vez sólo para ella porque tenía su cuerpo prácticamente desprotegido.

Una niñita de pelo lacio, despeinado y rubio, con un pequeño vestido de manga larga atado a la cintura, con una cuerda y unas albarcas, sólo tenía como única protección una pequeña bufandita gris que se la regaló su madre al nacer, horas antes de morir.

Ana siempre ha tenido la sonrisa en la cara y una personalidad aplastante; no estaba nada desarrollada, para mi gusto aparentaba un par de años menos.

El día era sombrío y frío, las casas totalmente alineadas en la calle no se veían por la niebla y no se divisaba ni un solo ser.

Ana deambuló por los mismos sitios que había ido con sus horrendos tíos, pero ahora no se sentía prisionera de ellos, ahora estaba libre y sin ataduras. Siguió caminando por las frías calles y se sintió ya con síntomas de cansancio, le dolía bastante la cabeza y estaba hambrienta, pero no quería malgastar las pocas monedas con las que tía Margarita le había obsequiado.

Cayó la noche y Ana no podía más, estaba medio dormida y no encontraba ningún sitio para pasar la noche. A lo lejos vio un pequeño puente de piedra, ideal para dormir allí, pero a mitad de camino entró en trance de cansancio y hambre. Sin duda Ana no estaba acostumbrada a tal esfuerzo físico. Era delgadísima y estaba muy mal nutrida.

-Niña, niña... me parece que está recuperando el conocimiento.

-Es una chica pobre... de clase baja.

- ¿Y qué? Todo el mundo tiene derecho a ser respetado, sea cual sea su estado económico.

- Anda, tráeme el termómetro, creo que le está bajando la fiebre.

De repente, Ana iba abriendo los ojos poco a poco... no tiene frío, al contrario está bastante caliente y se siente bien. Primero sólo vislumbró sombras, pero después se encuentra con que está en la habitación más lujosa que nunca había visto. Era una sala con cortinas de terciopelo rosa, bordadas con hilo que parecía dorado, las paredes todas decoradas con bonitos cuadros de flores secas, en total son cuatro cuadros y entre dos de ellos hay un cristo clavado en la cruz. Había una antiquísima cómoda que la cubrían unos pequeños mantelitos de punto que parecían hechos a mano, sobre ellos varias fotos de unos niños ricos con apariencia amigable y amistosa que daban la impresión de que no paraban de sonreír, y a su lado un diminuto joyero con una mujer china grabada al que se le salían las sortijas que habían en su interior. Lo que más le llamaba la atención fue el maravilloso piano que había arrinconado en una esquina de la sala, con varias partituras que parecían estar en una lengua desconocida, la lengua de la música.

Ana estaba tumbada en una endeble pero bonita cama de hierro forjado con unas colchas, al parecer también hechas a mano en las que había una gran rosa a punto de cruz.

Frente a ella la observaba detenidamente una mujer de pelo cano, no muy alta y con unas gafas totalmente redondas y, a la que se le podían apreciar numerosas arrugas, llevaba un elegante vestido granate y chaleco; a su lado una chica de trece o catorce años aproximadamente, con pelo totalmente negro recogido en una larga trenza, era, según Ana bastante guapa, pero lo que más le gustaba era el vestido ¡Qué bonito! Cada vez que lo veía le parecía más bonito, era un pequeño trajecito azul con finas puntillas y para cubrirlo un sencillo mantón de lana.

- ¿Quiénes son ustedes? preguntó con inocencia Ana.

- Somos los propietarios del hotel "Las Delicias", ¿No recuerdas lo que te pasó anoche? Dijo dulcemente la señora de las gafas.

- Yo... dijo la muchacha entrecortadamente.

- Te encontramos tumbada en la calle, justo enfrente del hotel...¡Ah! no nos hemos presentado, yo me llamo Hortensia y mi hija se llama Elena. Y sonrieron las dos.

- Me llamo Ana y ayer estaba muy cansada.

- Supongo que no tienes casa ¿no? ¿Tienes hambre?

Después de tomarse el mejor desayuno de su vida e impresionarse del lujoso establecimiento, Elena la invitó a escuchar cómo tocaba el piano. Ana nunca había visto un piano y cuando lo vio esa mañana le pareció gran cosa comparado con la suave melodía que inundaba la habitación, y se conmovió. ¿Cómo podían existir tales sonidos angelicales? Exclamaba para sí misma. ¡Son los mismísimos ángeles del cielo que bajaban a escucharla! Titubeaba. Estuvo horas enteras oyendo tocar a Elena en silencio y al final le dio un caluroso abrazo a la pianista por haberla llevado al paraíso.

Desde ese día, la chiquilla quedó embelesada por Elena, una joven dulce y amable, que le explicaba cosas de su vida llena de lujos y riquezas.

En otra ocasión, Elena la llevó por la contornada con sus amigos a mirar ropa para Ana, pero le gustaban tantas cosas que no se decidía, si esto o lo otro. ¡Ella quería todo!.

Cada día, sin saber porqué, la invitaban a comer cosas que nunca había comido y le daban un cariño que nunca le habían dado, ella se sentía muy, muy a gusto.

Ana y Elena eran como carne y uña, no se separaban en todo el día, se pasaban horas mirando las diversas salas del hotel "Las Delicias": sus muebles, el cortinaje, los adornos... Había una cosa que no le gustaba de Elena, y es que se le notaba que estaba muy mimada, y, cuando quería algo tenía que ser al momento, si no, no paraba de llorar hasta conseguirlo. Ha pasado ya muchos días con ella, y ha llegado a una importante conclusión, y es que lo importante no es tenerlo todo, es sentirte querido por tus familiares y amigos.

Aquel día Hortensia le anunció que la habían adoptado, que se habían dado cuenta de los valores y la fuerza de esta chiquita y desde aquel día, Ana supo que toda esta historia es el prólogo de la que ahora le espera, acaba de empezar la verdadera historia.