¡Ah, de aquel corazón solitario,
de sus tristezas y alegrías,
de sus soledades compartidas
por aquellos que no sienten sus desdichas!.
¡Ah, de aquel brazo mutilado
que ya en protesta no se alza,
de aquella fuerza que presumió en antaño
ganando tantos pulsos a una vida brusca y tediosa!.
¡Ah, de esos pies que se frenan
ante la velocidad de los sueños,
de las ambiciones jóvenes de un cuerpo joven
que ya no se alcanzan por mucho que se ande!.
¡Ah, soledad de unos débiles ojos
que ya no ven más allá del Infinito,
de la ceguera ante la gran belleza
y los atisbos de luz tras las cosas vulgares y efímeras!.
¡Ah, de aquel oído sordo de oir lo tantas veces oído
que el tímpano escupe hacia afuera
cuando los gritos se revelan ante el silencio
como la noche se impone a un día claro y lúcido!.
¡Ah, de esa mente que ya no piensa
ni recuerda, ni perdona, ni ofende,
de la sutil paciencia por las injustas pesquisas
y los esfuerzos de un pensamiento pensado sin pensar!.
¡Ah, de los dedos lentos y torpes al mismo tiempo
que ya no saben acariciar la hermosura
ni apreciar los objetos que el tiempo arranca
o las cuerdas de esa guitarra rota por el llanto,
el llanto violento de un pasado amargo!.
¡Ah, de aquellos labios que quemaban los sentidos
y penetraban en almas ajenas para mover esperanzas,
labios callados que ya no recitan versos
ni defienden los amores que el corazón exige!.
¡Ah, aquel olor a olvido
a lamento y a pesar
por esta nariz hueca
que ya no distingue olor que olfatear!.
¡Ah, este cuerpo que a trozos se cae
y de esos sentidos que huyen a galope
si con un chasquido despertar pudiera
todos los órganos dormidos de un cuerpo vencido!.
¡Despertad y levantaos,
que aún sangre por vuestras venas corre,
agarráos a la vida con ilusión renovada
que para lamentos ya están los pañuelos,
vivid lo que queda bien vivido
y el tiempo ya dará descanso a este cuerpo, a esta mente,
a estas noches de luces, a estas luces oscuras,
a esta vida de día a día, de este día de vida!.