ADIÓS AMIGOS, ADIÓS
Andrés Mata Capablo

A partir de hoy tengo sobradas razones para no olvidar nunca la reciente Semana Santa del 2002.

En un breve lapso de tiempo he perdido, hemos perdido, la siempre grata compañía de dos entrañables amigos: Joaquín Villalba y Mariano Royo.

Perder un amigo puede ser, y de hecho lo es, tan doloroso y traumático como perder a un familiar con el que has mantenido, a lo largo de los años, una feliz convivencia.

Mis frecuentes encuentros con ambos, aunque en distintas circunstancias, me depararon felices momentos imposibles de olvidar.

Joaquín fue, en mi adolescencia, colaborador activo en la dura tarea de tratar de inculcarme los principios básicos de una educación intelectual y cívica que, más tarde, influyeron de manera decisiva en mi formación personal.

Más recientemente, nuestros «encuentros», casi diarios, en nuestra querida Santa Bárbara, me dieron ocasión de disfrutar de su inagotable capacidad para recordar hechos, circunstancias y personas que, en muchos casos, ignoraba o simplemente no acudían a mi memoria.

Jamás en nuestras charlas, descubrí un solo atisbo de animosidad contra alguien o contra algo relacionado con su amplia y variada experiencia. Y, si lo había, lo justificaba siempre en función de las circunstancias.

Y si a ello añadimos su permanente buen humor, su simpatía personal, su respeto a las opiniones ajenas y la delicadeza en el trato, llego a la conclusión de que Joaquín era, entre otras muchas cosas, un hombre bueno. Y eso es suficiente motivo para recordarle con sincero afecto.

Mariano tuvo una trayectoria distinta y eso lo alejó de nuestro lado durante un largo tiempo. Mis recuerdos me remiten a nuestra infancia y, más recientemente, a frecuentes encuentros, bien en Barcelona o en nuestro pueblo.

En todos ellos disfruté de su inagotable caudal de conocimientos, hechos y experiencias que él narraba con singular sencillez y aderezaba con su personalísimo estilo.

Contagiar buen humor a los demás no es tarea fácil ni está al alcance de cualquiera. Y, en el mundo en que vivimos, esto resulta cada vez más necesario.

No disfrutaremos más de su locuacidad ni de su amplia experiencia en muy distintos campos del saber humano, pero siempre le recordaremos como la persona que puso en nuestras monótonas vidas el toque de humor y simpatía del que tan necesitados estamos.

Para ambos, Joaquín, Mariano, muchas gracias y... NOS VEREMOS. No sé donde, cuándo ni cómo, pero sé que nos veremos. Esa al menos es mi esperanza y espero que la de todos vuestros amigos y familiares.