MARZO
Antonio Serrano Ferrer

Este año el niño va a comulgar. Todas las tardes tiene que ir al rosario y, cuando finaliza, el Sr. Cura en la sacristía va preguntando uno a uno lo que te puso para memorizar el día anterior. Están las bienaventuranzas y el yo pecador que te cuesta aprenderlos. Lo demás es fácil. Te lo sabes de carrerilla aunque no entiendes mucho lo que dices. Muchos días, antes de entrar al rosario, jugamos al pajarito. Los catecismos los guardamos metidos en el espacio que queda entre las dos hojas de la puerta. Y viendo nuestros juegos, allí está aparcado frente a la confitería un coche Balilla.

Ahora es cuaresma y tienes que ir a la novena por la noche. Cuando finalizan los rezos, los niños del catecismo nos colocamos en la vía sacra mirando al púlpito, y desde allí el sacerdote nos va preguntando. Los familiares se sienten orgullosos de lo listo que es el niño y lo bien que ha contestado.

Ya han pasado los fríos y se puede pasar más tiempo en la calle. La acera de la iglesia es ideal para jugar a los platillos. Hay toda una tabla de valores. Los de EMA valen la unidad. Si alguna ha conseguido alguna marca desconocida, su valor se multiplica por muchos. Y piensas que estos platillos son algo importante ya que incluso hay quien los emplea para hacer cortinas.

Una tarde vamos a las eras a tirar botes de carburo. Su preparación exige pericia y si no es así, en vez de subir por los aires, sale carburero y una llamita en el orificio del superior te dice que has fracasado. Hay nervios entre los niños porque te lo han prohibido los padres. Dicen que es muy peligroso, pero la emoción que conlleva verse elevar el bote, te hace olvidar los riesgos. Tampoco conocen en casa que fumas, y esos primeros cigarros de Diana o Peninsulares te saben a gloria, a iniciación en el mundo de los adultos, como si tu infancia no fuera el mejor de los mundos posibles.