INTERIOR DE UN VEHÍCULO
José Antonio Añón Peralta

Resulta interesante y a la vez atractivo, observar como a lo largo de los años ha evolucionado el proceder de engalanar los interiores de los vehículos, por sus conductores de este territorio llamado España. Unos por compromiso con el regalo donado, otros para que no falte el souvenir de turno, los menos por demostrar sus preferencias o gustos y los chabacanos por dar la nota, deciden dar su toque personal y artístico a su compañero de viaje.

Comenzando por el prácticamente desaparecido, pero hoy objeto reliquia de la cultura kistch, el perrrito apoyado en la bandeja de atrás moviendo la cabeza mientras se transitaba por los impracticables pavimentos de nuestra geografía; o el cojín en el asiento trasero con su funda de cuadros de colores llamativos confeccionado a ganchillo; el cuadro con la fotografía de la parienta y los dos críos con la frase “Papa no corras”, junto a un termómetro en el que el alcohol de un colorante rojizo no se movía de los 14º; o el tapete que la abuela había bordado con tanta ilusión, que empezó siendo blanco y ahora es amarillo por el desgaste del sol; y por último, colgado del retrovisor interior, ese San Cristóbal, patrón de los conductores.

Los tiempos iban cambiando, como cantaba Bob Dylan, aflorando nuevos enseres que daban mayor colorido a esos utilitarios que se hacían imprescindibles en nuestras vidas. Y así pendían de una ventosa, muñequitos de goma, como el ya defenestrado Naranjito de los mundiales del 82; el pino de cartón que desprendía un olor aromático durante escasos días; recuerdos adquiridos en los pueblos costeros más concurridos durante el veraneo (Peñiscola, Salou, Cambrils, …) o toda clase de calzados recuerdo de aquella visita a los pueblos del norte de España (Asturias, Santander o País Vasco); la cajita de pañuelos de papel (eso si, forrada de tela floreada emulando un acogedor sofá) para sufragar las necesidades fisiológicas durante el viaje; el mapa de Michelín que tras asediar al empleado de la gasolinera de la N-232 nos obsequió cuando paramos a llenar nuestro depósito; o el siempre y bien adquirido banderín del equipo de tus amores.

La vida iba evolucionando y los bártulos que se acumulaban en el coche cada vez eran más vistosos. Se puso de moda el forrar los asientos delanteros con ese par de camisetas que una noche, en una fiesta de una popular marca de cerveza en el bar del pueblo te canjearon al rascar en varios cartones repetidas veces; colocar en la bandeja la bufanda desplegada de tu equipo de fútbol favorito, relegando de semejante protagonismo forofista al apreciado banderín; y múltiples muñecos de trapo y peluche de diversa índole pero de procedencia similar (abriendo boletos o tirando perdigones a palillos en las ferias de los pueblos que durante el verano se recorrieron), en el que había desde un Piolín a Bart Simpson, pasando por Coyote o el Pato Donald.

Ya en la actualidad, los fenómenos sociales te condicionan, y los adornos marcan el camino que el entorno consumista obliga a sostener. Entre ellos destacan las cintas de la longitud exacta al pilar sobre el que se asienta la virgen más venerada de Aragón, que según la bandera o el color marcan la inclinación política o la tendencia sexual del que las lleva; el kit para colocar el teléfono móvil, incluido el micrófono de manos libres (sobre todo a partir del lunes de resaca de San Antón con la entrada en vigor de la nueva Ley de Tráfico); los irreverentes personajes de South Park; o la última incorporación a nuestro cristal delantero, el Elvis setentero con pantalones de campana, traje brillante y amplio cinturón que se contornea mientras suena “King Of The Road” (tema que nos es del de Memphis, si no de un cantante inglés que se hace llamar The King, si os sirve de algo a los adictos al Audiogalaxy).

Con semejante rollo que se os ha metido, no se pretende hacer un estudio minucioso del comportamiento frente al volante de los conductores a través de sus adornos automovilísticos, para ello ya están los sociólogos y yo no tengo esa profesión, si no echar un vistazo de los diversos trastos con que nos hemos topetado al entrar en cualquier vehículo que nos ha trasladado de viaje y hemos tenido que compartir su presencia y a la vez reírnos, si es posible de estas modas que inundan nuestras vidas.

Un saludo y hasta otra.

joseanon@wanadoo.es