FEBRERO
Antonio Serrano Ferrer

A la hora de comer los padres han comentado que una nueva familia se marcha a la ciudad. ¡Otra más... ! Llevamos un tiempo en el que se van cerrando muchas puertas en el pueblo. Al principio te dejaba indiferente, pero cuando empezaron a marcharse amigos tuyos, llorabas de rabia en cada despedida. Menos compañeros para el juego, más silencio en nuestras calles, más soledad. Se está rompiendo la vida de tu infancia y descubres la amargura de decir adiós. Todo está cambiando. El trabajo en el pueblo daba para subsistir, pero han llegado las máquinas y faltan nuevas tierras que poder cultivar. Tenemos personas pero faltan puestos de trabajo. Y en las ciudades dicen que se gana dinero, aunque haya que pasar muchas horas en el tajo. Además allí podrán estudiar los hijos. No lo entiendes. Piensas en tus amigos que se han ido y sabes que también ellos preferían estar en el pueblo. Para ir a la escuela con los amigos y maestros de siempre, para jugar al pajarito y al beli, para vivir entre conocidos, para andar los caminos tantas veces recorridos y oír los sonidos del agua, para ir los domingos de verano al Molinico, para pisar la brisa en otoño, para coger las frutas del árbol, para ir los días de fiesta a buscar la propina a casa de los abuelos, para ser felices en su mundo de siempre.

Dicen que es un regalo de los americanos, pero maldita la gracia que me hace. Todas las mañanas, a la hora del recreo, allí estoy haciendo cola para que el maestro me llene de leche el vaso de aluminio. Hay regalos que podrían devolverse. Claro que me gusta la leche, pero ésta no. Tiene un sabor distinto que no me agrada. Menos mal que sabes cómo tirarla sin que se enteren los maestros. Y por si fuera poco también hay queso y mantequilla. Desde entonces el niño nunca ha visto a los americanos con simpatía y espera que jamás le manden un regalo, no vaya a ser más leche en polvo o algo peor.