CHARRADICAS
Miguel Angel Royo Sorribas

Recuerdo que José Miguel Gil Mir nos dijo una vez que cuando leía EL MASINO no quería leer sobre los temas nacionales o internacionales, que para eso ya están los diarios grandes. Nos animaba a escribir sobre las pequeñas cosas del pueblo, porque eso es lo que espera la gente que lee esto; aquí hay que contar si alguien del pueblo se ha retorcido un pie y va con muletas, o si en tal sitio se está obrando, o si tal pareja ha tenido un hijo, como Pedro Ferrer del Cymba, que fue padre hace unos días y por eso lo anunciaron en la sección que más me gusta de La Comarca, en donde se fotografía a los recién nacidos con sus padres o con sus abuelas, y se les felicita. Debajo de la foto de Pedro y familia pusieron Calanda, por error, y a la semana siguiente lo corrigieron y pusieron Albalate del Arzobispo, que es donde viven. Estas noticias pequeñas cuando se leen en un periódico local se hacen grandes.

Antonio Serrano Ferrer, familia de Pedro, también salió hace poco en La Comarca, en la contraportada, porque como fue noticia con la mochiganga le hicieron un homenaje, que casualmente a la semana siguiente fue dedicado a otro personaje relacionado con la calle de Las Norias, a Valero de Alcorisa, el marido de Consuelo Mata, presidente de la asociación hípica San Jorge.

Sin salir de la calle de Las Norias ha habido últimamente noticias de sorteos y suerte porque a Cinta y a Antonio les tocó un premio. Pocos quedan ya en esa calle por nombrar; decir con pesar que el hermano de Serafín Vicente Esteban, Paco, ha fallecido durante este mes.

Pero hay noticias que aunque hayan sido bien cubiertas en los diarios importantes, tienen matices que sólo interesarían en nuestro entorno, e igual puede ser interesante sacarlas. Camilo José Cela, también fallecido hace poco, relató en Izas, rabizas y colipoterras el drama con acompañamiento de cachondeo y dolor de corazón de la Chai preñada. Dice así:

»... Marta la de la Ginebrosa, lumi-lumia-lumigacha de verderoles y desmemoriada germana para uso de solitarios, abandonados y malditos, perdió ya la cuenta de sus cuentas y sinsabores: el rosario de los polvos convertidos en polvo de la tierra. Marta la de la Ginebrosa arrumbó catorce o diez y seis años de su vida en un lupanar de pueblo, manflota de manflas para señoritos bronquistas, fuerzas vivas de incógnito y jornaleros en noche de sábado. Cuando llegó de huida a la ciudad, Marta la de la Ginebrosa, con treinta años a los lomos y treinta duros escondidos en las tetas, sintió miedo y se cobijó al arrimo de un ribaldo de bigote en forma que, a cambio de desplumarla, la espabiló. El mozo, que se llamaba Fernandito Alboloduy y era natural de Bentarique, Almería, murió de un pinchazo que le arrearon en mitad de la calle y justo en la misma mitad del corazón. Marta la de Ginebrosa, que no quería líos, echó serrín a la sangre del recuerdo y, visto y no visto, cambió de chulo. A rey muerto, rey puesto, y el que se fue a Sevilla perdió su silla. Y aquí paz y después gloria. Amén.

Marta la de la Ginebrosa nació, como su nombre indica, en la Ginebrosa, partido judicial de Alcañiz, que es terreno muy renombrado por sus melocotones. Marta la de la Ginebrosa no quiere vivir en su pueblo por mor del que dirán. Marta la de la Ginebrosa no está esperando un hijo: está no más que preñada y a lo que se barrunta -y no hay que ser un podenco para barruntarlo- en los meses mayores, que son también los más cómodos y llevaderos. Entre cabritos del adoquinado (viciosa especie que debiera estar prohibida por la policía) hay cierta afición a las chais grávidas, a las perendecas encintas y a punto de ser llamadas jedas, como las vacas paridas, aunque no críen a sus pechos la muerta rastra, el estrangulado lobatón al que la atroz costumbre elige como cordero turbio sacrificio. Marta la de la Ginebrosa, cantonera que lleva pegado al culo polvo de todas las esquinas de la ciudad, se sabe de corrido la gama de siempre heredadas querencias de los hombres.».