NOSTALGIA MASINA
A.P. Aguilar

Ante la perspectiva del año que va a empezar me pongo a pensar en los amigos, en los hombres y mujeres que me han dado su comprensión o tan sólo impagables ratos de conversación, en todos los amigos que he ido perdiendo de vista, que se han ido alejando de mí, o yo de ellos, esos amigos de quienes ni siquiera se ya su dirección, su paradero.

No se por qué se me ocurre ahora echarlos de menos, a finales de año. No es exactamente nostalgia, porque bien se que los amigos pertenecen, cada uno, a su tiempo, sino conciencia de esa ausencia de conciencia que tuve yo entonces, cuando tenía el regalo de aquellos amigos.

Ratos de conversación telefónica tan largos que a veces la tarde declinaba y el cuarto se iba hundiendo en la penumbra mientras seguía el intercambio de nuestras voces, la necesidad de mantener la comunicación, y una frase se abalanzaba sobre la otra, a veces pronunciadas en el mismo momento, las dos frases, cada una dentro de su voz, a veces no se esperaban respuestas, cada voz iba a lo suyo...

Tengo la imprensión de haber hablado mucho, de haber querido, necesitado, hablar, y haber tenido siempre interlocutor. Los amigos, tomados de uno en uno, pueden fallar y decepcionar, pero ahora la memoria cae en la cuenta de que por encima de decepciones, y pequeñas traiciones mis palabras siempre han encontrado un receptor y siento de repente un agradecimiento infinito hacia esos amigos con quienes he hablado durante horas, infinitas, valiosísimas horas.

Yo no sería la misma si no hubiese vivido esas horas, me sostienen, por eso creo que sin ellas me encontraría desasistida, tambaleante. Están ahí, breves y escasas o inacabables y abundantes, todas las horas que he querido concederme para abrir el túnel por donde han ido desfilando tantas confidencias, por donde me he querido aventurar en busca de un eco.

Las he tenido, hoy sí que las he guardado, que son parte importante de mí y, les doy las gracias.