CHARRADICAS
Miguel Ángel Royo Sorribas
miguelroyo@eresmas.com

Pasas a la hora de comer delante del horno hacia la calle La Costera el diecinueve de enero, antes diecinueve de julio, y huele que alimenta a las llandas del horno, las tortas de pimiento, y por la tarde a las pastas, rosquillas, almendraos, tortas de alma y mantecados. Por delante de la Bellota se ve la cecina y los pescaítos fritos en la barra, y también se ve la filera de los que entregan las olivas, y huele como Jaén, a aceite de oliva del mejor; este olor se mantenía hasta el verano cuando las majas hacían sus carrozas aquí.

Llegamos hasta el Museo de la casa Feliú donde no se come nada desde los tiempos de la tia Rosario la abogada, pero parece que esto va a cambiar pronto gracias a los dinosaurios y a los troncos fósiles. Enfrente, en donde ahora está el Museo, hubo antes comedor escolar y antes baile y antes iglesia; la Rafaela y la tia Batanera cocinaban y repartían las natillas y el chocolate que sobraba a los hijos de sus amigas. Allí estaba la rueda de los alimentos puesta en la pared, con un queso, un pescado y unos pasteles de categoría. En las escuelas se bebía antes leche a palo seco en los recreos; ahora los niños se la toman en casa con cola-cao y con krispis. Decía un listo en un anuncio, ¡qué bueno sería que las vacas dieran leche con Nesquik!, claro, y chocolate con churros podían dar también. Los niños se van bien comidicos de casa y las que comen en el patio son sus madres, según costumbres descritas aquí por Mariano.

Cuando hicimos el congreso de historia, don Quijote de la Balma nos dio de comer en el asador de la discoteca ternasco y creo que ternera. Solemnemente presentaba la entrada del menú de un modo que ya no se ve en ningún sitio. Allí estaba Juan José Badiola comiendo con buen saque, que entonces ni siquiera él hacía caso de la encefalopatía esponjiforme.

Se sube Arrabal arriba, hasta el Chiqui, donde van los niños y donde fueron los ladrones durante una noche de estas navidades, rompiendo cristales que cortaron a la dueña gravemente al día siguiente. Allí los niños compran chuches, kikos, y kinder sorpresa, que antes se comían igual pero se llamaban regaliz, gominolas, panizo y chocolatinas. En el estanco o en la tienda nueva antes había tebeos y ahora en el Chiqui hay maquinetas tragaperras.

Subimos las escaleras de El Campo, ahora la Cope y mañana tal vez la Cadena Ser. Allí se subastaba la llega, salía el pan bendito y se celebraban los mejores banquetes de boda del pueblo. Ahora se comen pizzas italianas y baguettes francesas.

En la calle Mayor se vendía leche por las casas hasta que sanidad lo prohibió como era lógico, porque la leche recién sacada de la vaca puede llevar alguna bacteria y el requesón de los calostros no es nada comparado con los mil millones de L. Casei inmunitas que lleva el Actimel de Danone con el que a las chicas recias se les pone en cuatro días el cuerpaz de Cindy Crawford. Ahora con los bollycaos y con los bífidos activos, que no son culebras corredoras sino la ensundia de los yogures, los crios están bien alimentados y las madres muy seguras y satisfechas. Se acabó la nutrición a base de pan con chocolate, con chorizo o con vino. Alguna vez íbamos borrachos pero cargados de energía a jugar al fútbol en las escuelas después de que la abuela nos diera de merendar una yesca de las del tio Peret, de cuatro dedos de gorda, remojada en medio litro de vino y con tres cucharadas de azúcar encima.

Dicen que los ancianos de la residencia comen de maravilla gracias al Vicente el Barrachina y a la Apolonia; y si un día no les va el menú tienen en la puerta la oreja del Troncho y la guarnición de la Aurelia.

Mucho Grupo de Estudios Masinos, pero por lo primero que se conoce ahora a este pueblo en Zaragoza es por las tortas de alma del Tomás, así como antes se le conoció por el tio Chapa, que aguanta en medio de la replaceta del Pilar, aunque muchos críos no sepan que hace allí ni quién es ese hombre con la cabeza cortada delante del jardincico del Moli.

Pueblo de tripas ilustres.