DICIEMBRE
Antonio Serrano Ferrer

Hace frío. Cuando la noche envuelve al pueblo se encienden las escasas bombillas de las calles. Alumbran tan poco que casi no se notan. Todo se viste de negro. De los bares o tiendas sale luz que ilumina un espacio de la calle. Luego, otra vez la oscuridad. La velada es larga y los vecinos se juntan donde hay una estufa. Allí se habla de todo, mientras las mujeres repasan la ropa y el hombre desgrana panizo en un capazo o limpia judías. Al final se saca la baraja para echar unos cotos. Las cartas son viejas y manoseadas. El niño nota los sabañones y rasca incesantemente buscando un pequeño alivio. Te dicen que les pases una panicera y, muy serios, te aconsejan para curarlos el ponerles polvo del trillo. ¿Quién piensa en junio en los sabañones?.

Hoy es un día especial. Hemos matado el cerdo. El niño insiste en que no quiere ir a la escuela, pero acaba yendo a regañadientes. La carne se amontona en los cañizos. En el fuego, grandes calderos de cobre reciben pellas y morcillas. El olor fuerte de los condimentos flota en la habitación. Por la compra de las especias te han regalado el calendario del año próximo, que ya luce su número colgado en un clavo. Tú eres feliz con la busiga. Juegas con ella hasta que la suciedad cubre su superficie. En un momento de la tarde preparan en unos platos carnes y embutidos que, cubiertos con una blanca servilleta, llevas a las casas que te indican.

Como todos los años, ha vuelto la lotería a los bares. Una noche has ido al Campo. El local está abarrotado. Pasan por las mesas ofreciendo los carteles, a la vez que dejan unos granos de panizo. A la voz de “va bola” se hace el silencio. Con voz potente cantan los números y los carteles van ocultando las cifras tras los granos. “Alto, la quina”, y se comenta lo bien o mal que te va. “Se la han llevado, va el cartel”. Y otra vez los números. Te falta uno y no sale. Sí, han dicho el tuyo. Gritas con fuerza “alto, el cartel” y mientras confirman los números, piensas en que tal vez te has equivocado. Pero no, está bien y te traen unas barras de turrón. Ya no quieres jugar más y corres a casa para darles la buena noticia a tus padres. Te sientes feliz.