Teresa Giner

 

 

107-teresa-1.jpgLo primero que le viene en mente a Teresa al pensar en Santolea es un conglomerado de tristeza, “muchas tristeza” y una retahíla de recuerdos: “uno detrás de otro como en una fila de un desfile marcial”. Lo expresa de forma natural, con una voz que experimenta un amago de tembleque: “Es aquella sensación de ... nos hemos quedado sin casas...es triste”.. Aunque Teresa puede que sea más santoleana que muchas de las personas que nacieron en esta población turolense, no nació en Santolea. Lo hizo en Bedarieux, Francia, donde vivió hasta los tres o cuatro años. Después vuelve a Santolea definitivamente, tras la muerte de su abuelo paterno, su padre  no quería dejar sola a su madre.

 

La vida le llevó a Teresa a ir y venir de Santolea, pero lo que era indudable era su intensa vinculación a este pueblo. Un ejemplo claro es cuando marcha de Santolea después de que entraran los nacionales en esta población y de que el cacique del pueblo(como ella le llama), “por resentimiento y venganza”, hiciera que éstos apresaran a su padre que, después de pasar por varios enclaves, fue llevado a una prisión de Zaragoza. “Yo trabajaba para intentar llevarle algo a mi padre....pero murió, según ellos, de una enfermedad que contrajo estando cautivo...el caso es que yo sí me lo vi muerto y lo enterré, era yo muy jovencita”. La corta y triste estancia de Teresa duró, en Zaragoza, año y pico; termina volviendo a Santolea y después, otra vez de sirvienta, parte para Barcelona donde  al poco de estar allí enferma de tuberculosis. “siempre me acordaré que cuando entré en recuperación me dieron permiso para un mes de venirme a Santolea, recuperé unos ocho kilos...”. Teresa sonríe y los ojos le chispean, me mira y otra sonrisa se refleja en su cara como recordando aquellos días, su mirada es nostálgica, pero cargada de bonanza... es como si no guardara resentimiento  a todas las condiciones, que arrastraron a su familia a la tristeza y ella, a lo sumo, a la enfermedad....

 

Una vez en Barcelona tuvo muchísimas dificultades para volver a Santolea. Lo cuenta con esa sonrisa, típica ya, en los labios: “Es que no podía volver porque no tenía dinero para el viaje. En Santolea he estado yendo y viniendo...intermitentemente, pero el tiempo allí pasado ha significado una experiencia intensa”.

 

¿Cómo fueron los días que vivió Teresa en Santolea?. Clava la mirada en un lugar indeterminado del fuego que ella mismo ha botado y lo suelta: “Hasta que no entraron los nacionales fue buena....un cacique del pueblo se vengó de las personas con pensamientos de izquierdas. Mi padre , por ejemplo, fue uno de ellos; así, cuando este hombre les ordenó que tocasen las campanas para recibir a las tropas y le había mandado destruir los puentes a la salida de los “rojos”, pues él se negó...”. Suspira, puede que hayan episodios de la vida de una persona que nunca se zangen. “Además dos tíos míos también murieron en la guerra, dos hermanos de mi madre fueron fusilados...”.

 

Mientras tanto, después de las doce detenciones , de los 3 o 4 fusilamientos y de la muerte de su padre en prisión: “Mientras tanto el cacique siguió en el pueblo , yo diría que malvivió hasta que enfermó y murió...”. Me mira con los ojos tristes, ausentes de lágrimas, pero muy tristes, en la ausencia de los días de pena. “Mira sino hubiese sido por la guerra....los pueblos se desbordaron...¿para qué tenemos que ser tan egoístas....tan de todo?”.

 

De Santolea, ¿qué más debe recordar Teresa?. “Lo recuerdo todo: los nombres de las personas, el cariño del pueblo, a los abuelos enterrados y al sentimiento de que allí fui  muy feliz y que, aún hoy, guardo buenos recuerdos. Yo sigo siendo hija de Santolea”.

 

Teresa recuerda y sonríe cuando el recuerdo le lleva a dar con uno de sus días más felices. “Actué en una obra de teatro llamada “Contra soberbia, humildad”. Esta santoleana nos relata el argumento de la obra teatral y nos desvela que en ella actuaba de zapatero remendón que le daba consejos al marqués ante la actitud de una hija altanera...por supuesto el humilde zapatero tenía una hija de la que sólo podía sentir orgullo. “Mira esta obra se hizo para recaudar fondos y reconstruir el colegio y es que hubo un incendio y es chocante porque yo fui la única que se dio cuenta del fuego y avisé a la maestra, pero ella me decía que eran ratas, pero me levanté y dije que me marchaba y que quien quisiera venirse que  me siguiera...así lo hicieron y la maestra detrás con sus riñas, el caso es que sólo habíamos hecho que salir, se desplomó en techo... por eso se hizo la obra teatral.”. Se acuerda todavía de algunos diálogos y lo recita con aquella entonación, casi cantada.

 

Hoy años y años después de que tuviese que marchar: “En nuestros días todavía  visito Santolea con amor...de allí desciende toda mi familia, menos el abuelo por parte de padre que era de Dos Torres de Mercader.”.

 

Teresa es una mujer muy de hoy, pero que recuerda perfectamente cómo era la vida en la Santolea de ayer: “Te voy a contar lo que era la vida de una mujer santoleana en aquellos días. Tomaré como ejemplo a mi abuela: se levantaban muy temprano y enseguida hacían fuego poniendo el caldero y preparando la comida para los animales; después iban al corral a darles de comer. Las mujeres, después, desayunaban y ya marchaban a coger agua a la parte baja del pueblo, después tenían que subir, lo que hacía de la tarea fuese más pesada. Fregaban los platos, lavaban la ropa, iban al huerto, sacaban las gallinas a pasear y a comer al sol, preparaban la comida....por la tarde solían hacer, si les quedaba tiempo, calceta al sol. La vida de la mujer, en aquellos días era muy dura”.

 

José Aguilar, Miguel Perdiquer y José “el gaitero” coincidieron en decir que Teresa tenía un museo en lo referente a Santolea. “Estas cosas las cogí y todavía las cojo cuando voy a Santolea o también en Corbera de Llobregat; cosas, por ejemplo, de la viña y de sus herramientas. Todo me recuerda a Santolea. Lo recojo todo en recuerdo a Santolea y lo hago desde siempre, llevo toda una vida con esto--- suspira y parece pensar en algo escondido- a veces me he deshecho de colecciones , pero siempre termino arrepintiéndome”. Me enseña ,con estima, una piedra que le trajo José Aguilar de Santolea: “Se ve que estaba colocada en una era...”. La mirada de Teresa acaricia a aquella piedra aplanada de era, la acaricia y la toca con las yemas de los dedos como si temiese despertarla.”. Parece hasta que aquello más inerte en manos de Teresa cobrase vida.

 

¿Cómo le gustaría , ahora, Santolea?. “Francamente como era antes, ahora sé que no sería igual y que tendría más servicios, pero en esencia Santolea me gustaría tal como fue.....fue como la quise, como la quiero y como la seguiré queriendo.....Santolea, si te fijas, tiene un aire diferente y más sano, no hay tanta humedad....”.

 

Con Teresa es muy fácil sumergirse en la conversación plácida de las gentes de pueblo, hablando de las pequeñas cosas de la vida y del pueblo que son las que más sentido nos dan como humanos, ”hay las pequeñas cosas de la vida...¡si valen!”.Levanta la vista al aire y abre los brazos  con las manos tal como si imitase a un sacerdote, ladea la cabeza y declara con voz clara, aunque sumida en un susurro: “estoy en Aguaviva, pero viviendo lo de antes en Santolea...en realidad es como si viviese en Santolea”.

 

Santolea y los estudios de Teresa. Sonríe y me mira mientras que con la cabeza dibuja, más bien , lo que sería una negativa: “De estudios más bien pocos, sólo los elementales y de muchas de sus cosas ya no me acuerdo....si quiero contar, hoy por hoy, debe hacerlo con los dedos. Fui hasta que estalló la guerra...en la guerra, algunos días, nos daba repaso el practicante, el marido de la maestra...ella cuando estalló la guerra se había quedado en el otro bando y no pudo venirse para Santolea y él—aquí le imprime resignación—simplemente hacía lo que podía...”.

 

Hablamos de la emigración y de los emigrantes de hoy como de los de ayer; del exilio y de los exiliados. “Y  tanto que me considero una exiliada del pantano!. Nos quitaron la casa y el pueblo....yo no me siento en deuda, pero si  tengo cariño y aprecio hasta las montañas de Santolea: ahora hasta la valoro más...hasta el aire que, como te decía, es diferente a su manera. Lo mío con Santolea es añoranza y cariño, aunque hoy de una de las cosas que más me acuerdo es de lo mismo que me acordaba una vez en Corbera con mi propia familia; ¿sabes de qué?, pues mira me acordaba mucho de las olivas siempre en un plato que tenía mi madre en la mesa de casa y es que en Corbera no las tenía. Allí pasé necesidad, mucha necesidad....la posguerra fue terrible...”.

 

Hablamos de los episodios más tristes que vivió en Santolea. “El hecho más triste fue cuando tomaron el pueblo los nacionales...se me llevaron a mi padre que no fue a la guerra porque lo cogió, más bien, mayor....en los pueblos lo que más había, en aquellos días, eran rencillas, envidias y cierto politiqueo....ya lo he dicho mi padre se negó a tirar puentes, a tocar campanas para anunciar la entrada de los nacionales y les dio de comer, en la parada, a dos milicianos...Siempre sospechamos que alguien muy cercano a la familia que se enteró sumó esto a las acusaciones. De restos de la guerra en El Calvario todavía he recogido casquillos y demás...allí se apoltronaron los nacionales “empujando” a los de izquierdas que se resistían y que se encontraban en el montículo de enfrente....hubo unos días en que en el pueblo por el día entraban unos y por la noche los otros...”. Teresa nos sonríe y su lenguaje no verbal se vuelve conformista y conciliador, parece decir: ¿qué le vamos a hacer?”.

 

108-teresa-2.jpgTeresa no se sofoca, ni se eriza al hablar de política, lo hace con total naturalidad. No tiene miedo y lo tiene todo bien claro. Así era. “Nosotros, en nuestra casa, éramos de un partido de izquierdas. Vivíamos con sus valores y sus principios. En Santolea estaban los de la CNT, UGT, FAI y en el otro bando los  que más recuerdo eran los de falange....no me preguntes la filiación porque simplemente éramos de izquierdas. Es una de las únicas personas que une los valores de izquierdas sin más, le parece lo más normal, lo más lógico..... Vuelve a hablar con naturalidad que casi abruma, no tiene miedo a ser señalada, “Mira, nos insultaban y a mi hermana l pequeña la hicieron ir vestida como falangista, con aquel traje azul... --- baja la mirada y los ojos se le entristecen—además venían a la puerta de nuestra casa y nos cantaban canciones fascistas en la misma puerta. Santolea era un pueblo pequeño y tranquilo, pero mira....”. Hay mucha resignación en las palabras de Teresa, sabe que ya no puede cambiar nada y, quizás, ni quiere,  “ después, a pesar de todo, algunos te miraban con distancia o otros de corazón y con corazón... en general no hubo, después de la guerra, muchos rencores, sobretodo una vez se murió el cacique...”. Lo llama así, no hay nombre ni apellidos y yo no se lo pregunto, sólo le doy pie a que hable y diga lo que quiera. Me marcho sin saber el nombre del cacique que mandó a detener a doce santoleanos; fusilar a cuatro y que despeñó al padre de Teresa por la cárcel y la enfermedad. Parece como si Teresa se conformara con la resignación: no odia.

 

Me desvela, como si fuese una intrépida periodista, que en Corbera de Llobregat hay un restaurante de nombre Santolea. Verdaderamente hay cosas sorprendentes. ”Lo han abierto unos nietos de una señora muy conocida en Santolea, familiares lejanos míos y ellos le han puesto Santolea en recuerdo de su abuela”.

 

Teresa es una abuela espabilada, se conoce por sus ademanes y mirada viva que ya lo era de jovencita, por eso captó y capta tantas cosas relacionadas con Santolea., mientras tanto el fuego crepita y nos acompaña en la fría tarde de noviembre. Estamos en Aguaviva...”pero en Santolea el aire y el ambiente eran más sanos que los de aquí....aquí ya hace mucha más humedad...”.

 

Con un además un poco flamenco y simpático se regira sobre sí misma para decir: “¿sabes de dónde soy, cuando me lo preguntan?, soy de Santolea, siempre lo he dicho así. Ella también pregunta. Le digo que soy de Càlig y le explico que es un pueblo cerca de Vinaròs y Benicarló. Su cara es de sorpresa, pero también de alegría. “Mira de Benicarló y de Vinaròs subían a vender a Santolea; vendían hortalizas, verduras, frutas....sobretodo naranjas y lo hacían a cuenta de trapos y suelas”.

 

Ahora se pone un poco seria al compás del fuego que consume la leña. “muchas veces he soñado y he llorado por los muchos años que no he podido oír cantar una jota...lo de Santolea significó una cosa muy grande con tristeza, mucha tristeza y la impotencia por  todo...”.Teresa nos habla más de su Santolea: “Las veces que he ido todavía pude estar en alguna habitación, la cocina...¿sabes?—los ojos se le iluminan--- mis padres tenían un negocio de ultramarinos con bodega y algo de taberna donde alguna gente venía a tomar algo y beber.. Esto estaba en una gran sala de lo que antes había sido el Centro Republicano que un determinado día lo sortearon y le tocó  a mi padre. Hicimos como una sala pública con sala de baile. Entonces yo diría que se vivía muy bien y con mucho respeto, la guerra lo estropeó todo. Hoy mantengo relaciones con todos  los santoleanos....siento un poco de  rencor con un par a los que si veo sólo saludo pobremente. Mi sensación al visitar hoy Santolea es siempre la de tristeza por los recuerdos pasados y al ver al pueblo deshabitado, pero lo que más me provoca tristeza es la visita o el paso por los muros del cementerio....y es que allí están todos, todos los que no se pudieron ir, todos tenemos familia...”.

 

Le preguntamos por el sentimiento religioso de Santolea. “Bueno, mira, iban todos a misa, pero sin saber el sentido ni de los rezos. Lo de la religión era una costumbre...”. Mueve los hombros como diciendo: ”sin más”.