El caserón de
la familia Miralles, emigrada desde Teruel, sirvió de refugio de los rebeldes
de Fidel Castro durante los años de lucha en Sierra Maestra
La señora
Pilar se levanta todos los días a las cuatro y media de la madrugada, y prepara
el café que, una hora después, venderá por un miserable peso cubano a los que
confluyen en la calle Amistad, junto al boulevard San Rafael, mitad madrugadores
por obligación, mitad noctámbulos por devoción. Es el centro de La Habana, un
barrio en eterna rehabilitación en el que conviven turistas con caché de lujo
con proxenetas y camellos, cuyas mafias no se han hecho con el control del
barrio por la implacable presencia de los boinas grises, unidad de élite de la
policía cubana.
Pilar intenta que todos
los días haya un puchero en el fuego. Sus padres eran aragoneses -de la
población turolense de Mas de las Matas- y comunistas de los tiempos de La
Pasionaria, y eso se nota. La abuela es una luchadora y a sus casi 70 años no
se da por vencida en las acometidas furibundas que da la vida. Su hija mayor
vive en Estados Unidos, donde da clases de español. Enseña sus fotos con gran
anhelo, casi con desesperación. Pronto podrá abrazarla de nuevo. El gobierno
de Aznar otorgará la nacionalidad española automática a los hijos cuyos
padres emigraron y mantuvieron su ciudadanía. Este es el caso de Pilar, que a
partir de ahora será considerada como hispano-cubana.
Mientras prepara los
formalismos burocráticos, la abuela y su hija Yamila trabajan sin cesar para
sacar adelante a sus dos nietas, de 22 y 14 años, Yulianela y Lissandra. Pilar,
aquejada de males infinitos, abre el cajón para reforzar la moral con las
medallas que guarda celosamente y que le acreditan como heroína de la Revolución.
De hecho se jugó el físico en innumerables ocasiones, allá por el 57, cuando
la casa que sus padres habitaban en Sierra Maestra servía de refugio para
guerrilleros de primera línea como el Che Guevara o Camilo Cienfuegos, el
tercer comandante, fallecido misteriosamente a los pocos meses del triunfo
revolucionario.
La relación de Pilar
con Camilo, hombre nacido en una humilde familia de la capital y a quien se
encargó oficialmente la creación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR),
fue muy estrecha desde que se conocieron fortuitamente en las primeras
incursiones rebeldes en Sierra Maestra. La de ella fue casi de noviazgo, aunque
finalmente aquella hermosa joven de 19 años se decantó por un policía de
Matanzas, con el que tuvo tres hijos.
Sus padres, Juan
Antonio Miralles y Remedios Calvo, habían dejado a principios de los años 30
Mas de las Matas, un pueblo por aquel entonces anclado en la pobreza con grandes
latifundios que luego colectivizarían a sangre y fuego los anarquistas en el
36. El matrimonio decidió cruzar el charco en busca, como todos, de fortuna al
otro lado del Atlántico. Años antes, un hermano de Juan Antonio, Andrés, había
fijado su residencia en la provincia interior de Matanzas y les conminó a que
dieran el paso. Y lo dieron, inducidos además por el vaticinio de los terribles
años que se avecinaban en España. Remedios salió del puerto de Santander
embarazada y los recién casados tuvieron su primer vástago en pleno viaje. La
parturienta, deficientemente atendida en un barco atestado de buscavidas, no
pudo sino ponerle el nombre de Marino Eustaquio. Luego nacerían Pilar (1934),
Elena Isabel (1943) y Armando (1944), ya en la casa donde se instalaron en
Sierra Maestra, una zona entonces tranquila pero que años más tarde se
convertiría en un auténtico campo de batalla y en cuna del nuevo orden político.
Todos, menos Marino,
que todavía vive en el caserón que sus padres construyeron hace más de 50 años,
estuvieron ligados a la trayectoria de Camilo Cienfuegos, segundo lugarteniente
de Fidel, al que conoció en México en el exilio tras el fallido asalto de
Castro al cuartel de Moncada (1953). Elena Isabel fue secretaria y mensajera,
mientras que Armando, con sólo 13 años, se convirtió en hombre de confianza
de Camilo cuando éste, al frente de unos cuantos guerrilleros, llegó a las
selvas de la sierra en busca de refugio, acosado por las tropas de Batista. Era
diciembre del 56. Fidel, el Che y Camilo formaban parte del operativo de 82
rebeldes que viajaron a Cuba desde México en el yate Granma y que iniciaron la
Revolución.
Después del triunfo de
los castristas, Armando siguió la carrera militar. Ahora, tras haber dirigido
una de las tres academias de formación de mandos que existen en Cuba -la de
Interarmas Antonio Maceo- y sufrir la pérdida
de un hijo en Angola, es coronel retirado y trabaja para el Ministerio del Azúcar.
"Los
revolucionarios -cuenta Pilar
Miralles- hostigaban a las tropas de Batista continuamente". En
Sierra Maestra, una zona de paisaje agreste, inaccesible y selvático, los
hombres de Fidel llevaban siempre la iniciativa y los soldados leales apenas tenían
posibilidad de respuesta.
Líderes
con carisma
"El Che y
Camilo, siempre con sus armas cargadas, eran no sólo protagonistas por su rango
de comandantes, sino también por su carisma",
explica Armando, que cayó herido en una pierna y cojea ostensiblemente.
"El Che -recuerda Pilar- desprendía muy mala olor. Era asmático y
tenía pánico al agua fría que discurría por los ríos de la sierra. Así que
escasamente se lavaba. Sin embargo, su discurso era atractivo y convincente. Era
un hombre cultísimo que subyugaba a cualquiera que conversara con él".
¿Y Fidel? El comandante en jefe de la isla aparecía poco por la casa, narran
os hermanos Miralles. "Él preparaba las operaciones en su cuartel
general", explican.
Pilar no sólo se dedicó
a apoyar logísticamente a los rebeldes desde la casa de sus padres, sino que
empuñó un arma e hizo frente a las tropas de Batista como cualquier barbudo
que combatiera en Sierra Maestra. Tanto ella como su hermana menor, mensajera de
Cienfuegos, integraban uno de los Batallones de Mujeres, a cuyo mando estaba una
tal Universo Sánchez. Un nombre de vedette para una convencida revolucionaria.
Camilo Cienfuegos era
el tercer comandante, destinado a estructurar el ejército rebelde. Pilar no lo
recuerda precisamente como un burócrata, sino como un guerrillero audaz con
cartucheras en la cintura y un fusil colgado del hombro. "Aquellas
melenas, y esas barbas. Camilo era un cubano del pueblo, querido por el pueblo,
además de un revolucionario comprometido. Siempre estaba en primera línea",
asegura.
Por su parte, la
colaboración entre Armando y Camilo duró poco, ya que éste, pocos meses después
del triunfo de la Revolución y la toma de La Habana, desapareció
inexplicablemente al caer la avioneta al mar cuando regresaba de sofocar una
revuelta contrarrevolucionaria en la provincia de Camagüey.
Sólo unos días antes,
Elena, una atractiva jovencita de 17 años y tercera de la saga de la familia
aragonesa, había realizado un corto viaje en el mismo aparato, y con el mismo
piloto. Los Miralles no entran en detalles de lo que pudo suceder en aquel
viaje. Sólo rememoran el terrible impacto que causó. "Al conocerse la
noticia y propagarse el rumor de que la avioneta había caído en aguas de La
Habana, todos los ciudadanos de la capital dejaron sus tiendas, sus negocios,
sus quehaceres habituales para convertir las aguas que bañan la ciudad en un
inmenso dispositivo de búsqueda". Sin embargo, nada apareció.
Familiares
en Aragón
En Mas de las Matas
apenas queda constancia de la ascendencia de la familia, ya que los archivos
municipales fueron arrasados en la Guerra Civil, aunque sí se han logrado
reconstruir las partidas de nacimientos, según testimonios de familiares, que
han aparecido en abundancia después de un meticuloso trabajo de investigación
del párroco de la población, Alfonso Belenguer. Armando Miralles también
recuerda emocionado el tercer encuentro de Jefes de Academias Militares
Iberoamericanas, en el que participó en 1996 junto a una delegación de la AGM
de Zaragoza, con el general José Ramón Lago al frente. Hasta hoy, había sido
su único contacto con Aragón.
Después del triunfo
revolucionario, Juan Antonio y Remedios, fundadores de la saga de los Miralles,
siguieron cultivando la caña de azúcar en los terrenos adyacentes al caserón
que años antes había servido de refugio de guerrilleros. Mucho más tarde,
tras su muerte todavía como ciudadanos españoles -Juan Antonio falleció a los
81 años en 1981-, los avatares de la vida distanciaron inexorablemente a sus
hijos. Pilar hace ya tres décadas que ejerce de viuda. "Llevo 28 años
sola", se queja con frecuencia.
La cuarta generación
está asegurada. Con la abuela viven en un minúsculo apartamento Yulianela, que
a pesar de sus problemas de rodilla tiene buenas maneras como bailarina, y
Lissandra, que a sus 14 años, quiere aprovechar su fotogenia para ser modelo.
La de hoy es una Cuba
diferente a la que conocieron sus abuelos y la juventud que abandona los
estudios en secundaria está más preocupada en conseguir ropa de marca que en
asimilar el modelo de economía comunista que aún predican los hermanos Castro.
Lo imposible sucedió hace bien poco, en mayo, cuando, con ocasión de la visita
del expresidente norteamericano Jimmy Carter, la bandera estadounidense ondeó
en el aeropuerto José Martí por primera vez en 45 años. Ahora, entre los jóvenes
de la capital está de moda lucir un pañuelo en la cabeza con los colores de
barras y estrellas. Los viejos revolucionarios han quedado algo trasnochados,
pero Fidel y su curia de comandantes siguen controlando con mano férrea el país.
Pilar Miralles luce con orgullo sus medallas, pero quizá a estas alturas hayan
perdido todo su valor. El encuentro con la hija perdida ha sido ahora su
verdadera y más dura victoria.