ABRIL
Antonio Serrano Ferrer

Ha llegado Semana Santa. Los altares están tapados con telas moradas. El domingo de ramos el niño ha llevado a la iglesia un ramo de olivo del que colgaban caramelos y guirnaldas de palomitas de maíz. Hay muchos actos religiosos y el niño se aburre porque no entiende nada. Lo que sí le gusta son los rezos del verano en las capillas que hay en alguna calle. Por la tarde todos los niños recorremos el pueblo gritando «A rezar a ...» y se dan unos toques de campana. Después de cenar se forma un corro en torno a la capilla, que está iluminada y con abundantes flores. Las mujeres rezan el rosario y nosotros sólo buscamos un motivo para divertirnos. En un momento aparece un gato que cruza veloz entre el grupo. Sabíamos que iba a ocurrir y allí se acaban los rezos para los niños.

Hemos ido a buscar rala. Me encanta observar esas láminas finas y transparentes. Dicen que con este material hacen el clarión. He metido unos trozos en el horno de la cocinilla y aunque llevan allí una semana, tan sólo se han puesto blancos y es imposible escribir con ellos. Menos mal que aprovechamos el viaje y encontramos unas doncellas en los romeros, porque la rala acaba en la basura.

El domingo es visita obligada a la «mesica» para gastar la corta propina en chufas o algunos dulces. Cuando llega el verano se prefieren los polos de dos reales o los helados de peseta.

El martes de Pascua has ido a la Vega con tus padres y sus amigos. El viaje en carro, entre cestos de comida, es una experiencia nueva. Cuando llegas a la chopera los mayores atan una cuerda entre dos álamos y te manchinas feliz. La comida en el campo tiene un sabor especial y cuando vuelves al pueblo estás agotado de tanto jugar.